Un mago malvado había capturado el sol, la luna, las estrellas matutina y vespertina y los cuerpos siderales más brillantes, y los encerró en una cajita.
La noche se extendió sobre la tierra. Los hombres iban a ciegas.
Un cuervo de blanco plumaje se apiadó de la suerte de los humanos. Se hizo muy pequeño, tanto que pasaba desapercibido, y se echó a las aguas. Se había convertido en una diminuta espina.
La hija del jefe de la tribu bebió el agua del río. Sin darse cuenta se tragó, sin notar nada, la espina.
Nueve meses más tarde, dio a luz a un bebé revoltoso.
Pronto, el niño empezó a explorar el poblado. Halló la caja, y sus gracias conmovieron al mago que se la ofreció.
El niño abrió la tapa, y todos los cuerpos celestes retornaron a su lugar de origen.
Se hizo de nuevo de día.
El niño recuperó su condición, y las plumas se oscurecieron debido al humo de los fuegos que los humanos, que recobraron la vitalidad, encendieron por doquier.
El cuervo les devolvió la vida, a la vida. El cuervo, un pájaro astuto, engañosos y ladrón a sus horas, tan parecido por tanto a los humanos, que podía imitar el sonido de todos los animales y la voz de los hombres.
Y los hombres se alzaron y adoraron al cuervo, su creador.
El cuervo, el pájaro emblemático en las tribus de la costa del noroeste de lo que hoy es Canadá.
Para nosotros, el cuervo también inquieta por su inteligencia.
Cris cuervos….
Agradecimientos a Steve Bourget por esta revelación en un seminario en París


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