Platón escribió sobre el espacio en el Timeo. La palabra griega que Platón emplea y que se traduce por espacio es choora: un término sinónimo, al menos en Homero, de chooros.
Choora es espacio; mas, ¿qué es el espacio en la Grecia antigua? ¿en qué pensaba un griega cuando oía esta palabra?
Choora, en verdad, nombraba una tierra cultivada y habitada; la tierra en la que vivían y laboraban los campesinos. Esta tierra fértil y apta para la vida, que alimentaba y acogía, era la tierra habilitada por el ser humano; la tierra que circundaba la ciudad. Proporcionaba los alimentos (vegetales y animales) que la ciudad requería. Era la despensa de la ciudad.
Choora, así, significaba campo; también, al menos en Jenofonte (pero también para Platón), tierra nutricia.
Choora era, pues, una diosa-madre. Este componente, a la vez divino, e inmemorial, está presente en las consideraciones que Platón redacta en el Timeo. En efecto, como ya comentamos, Platón consideraba que el cosmos se componía de entes invariables, imperecederos, eternos, situados en lo alto, celestiales; de cuerpos y formas terrenales, sometidos al tiempo, al decaimiento y la decadencia, mortales y fugaces, y de lo que convertía lo eterno en temporal: aquello en lo que las ideas se miraban y se transformaban en formas sensibles: la choora. Estas formas materiales, sensibles, como los mortales, por ejemplo, y todo lo que se halla en la tierra, estaban mantenidos, alimentados por la choora. Existían gracias a la choora que los había dotado de una vida terrenal. Les había dado cuerpo. Hasta entonces, eran entes inmateriales, invisibles. La choora, pues, se comportaba como lo que mantenía en vida -vida fugaz, ciertamente- a los seres terrenales. Éstos nacían ( y morían), se sometían al tiempo, gracias a la presencia de la choora: el espacio maternal: una gran matriz, similar a Chaos, en la Grecia arcaica -origen del universo-, o Nammu, en Mesopotamia (la diosa madre, considerada como una matriz cósmica, y, al mismo tiempo, como el lugar dónde la vida se generaba).
El espacio era, pues, el lugar de la vida: la condición para que la vida existiera en la tierra: la morada dónde la vida se instalaba.
Choora (campo) se oponía a astu (ciudad): oposición que, en verdad, era una relación: astu y choora se necesitaban. La ciudad daba sentido al campo, cubierto de espigas o árboles frutales, el cual mantenía a la ciudad.
La palabras astu proviene de una raíz indoeuropea, que se encuentra también en las formas verbales del verbo ser en inglés: was, were. Esta raíz, Wes, significa "morar", "permanecer" -echar raíces- ,observa Augustin Berque ("La chora chez Platon", Thierry Paquot & Chris Younès: Espace et lieu dans la pensée occidentale, La Découverte, parís, 2012, p. 23). Astu -ciudad en tanto que estructura, organización física- era el lugar en el que la vida se organizaba; era la matriz de la vida.
La ciudad, así, era una choora: la noción de espacio, en Grecia, no era independiente del ser humano. El espacio era el lugar donde los humanos m,oraban: eran los campos cultivados y las ciudades organizadas: eran los espacios habilitados para que los humanos cohabitaran en armonía.
La oposición no sedaba entre ciudad y campo, sino entre la selva y el espacio humano. La selva no era un lugar, un espacio. El espacio era indisociable de la vida. El espacio era, siempre, un lugar (donde morar). Los seres humanos habían creado el espacio -o los dioses, como Apolo, que ordenaron la tierra en favor de los humanos-.
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