miércoles, 4 de febrero de 2015
Arqueología y Estética, II: una lectura de la reina Puabi
La exposición From Ancient to Modern: Archaeology and Aesthetics (ISAW, Nueva York, febrero-junio de 2015) combina piezas arqueológicas halladas por misiones anglo-norteamericanas en Iraq en los años 20 y 390 -entre las que destaca el lujoso ajuar funerario de la reina Puabi, de 2600 aC, de las Tumbas Reales de Ur, compuesto por joyas de oro y piedras preciosas-, documentación producida por las misiones arqueológicas -cuadernos de notas, dibujos, escritos-, y notas de prensa que revelan cómo los hallazgos fueron presentados y cómo fueron recibidos. Pinturas, dibujos, fotografías y esculturas modernos y contemporáneos (de artistas surrealistas y expresionistas abstractos como Moore, Giacometti, Bataille o de Kooning, entre otros) inspirados explícitamente por el arte sumerio, muestran el impacto del mismo, su capacidad para generar nuevas obras de arte que, por su parte, fueron capaces de cambiar la mirada hacia un arte, el sumerio, hasta entonces poco apreciado como arte en comparación con las fascinación que las artes de Egipto o de Grecia suscitaban y aun suscitan. De algún modo, fueron los artistas modernos quienes crearon el "arte" sumerio -es decir, quienes convirtieron un material etnológico, compuesto por fetiches o piezas religiosas y mágicas, en obras creadas para ser contempladas desinteresadamente, o desde cierta distancia.
La prensa norteamericana de los años veinte y treinta, que recogía las noticias que los arqueólogos europeos y norteamericanos en Iraq (por el aquel entonces una colonia británica) redactaban -para competir con o contrarrestar el éxito mediático del descubrimiento de la tumba de Tutankhamon-, jugó un papel importante en la conformación de la mirada occidental hacia el "arte" sumerio.
Jennifer Y. Chi, co-comisaria, ha efectuado una lectura crítica de algunas noticias. La mayoría estuvieron dedicadas al desenterramiento de las tumbas Reales de Ur, capaces de rivalizar con los hallazgos en Egipto. La tumba de la reina sumeria Puabi, de Ur (hacia 2600 aC), con un ajuar de piezas de oro y piedras preciosas y semipreciosas venidas, por ejemplo, de Afganistan y del valle del Indo -collares, tiaras, pendientes, anillos, colgantes, etc.- (que constituyen todo un tratado sobre las extensas redes comerciales en el tercer milenio aC), sin parangón en Mesopotamia, azuzó la imaginación.
Los sacrificios humanos (envenenados o golpeados con un objeto punzante en la cabeza) con motivo del entierro de la reina y de algunos otros miembros supuestamente reales -sacrificios excepcionales en Mesopotamia-, que afectaron a decenas de soldados, servidores, músicos, etc., hombres y mujeres, acrecentaron el horror y la fascinación por el descubrimiento y por los orígenes de la cultura mesopotámica -considerada cercana a Occidente a través de la figura mítica de Abraham, supuestamente de la ciudad de Ur-.
La prensa recogió la primera interpretación de Leonard Woolley, arqueólogo en jefe de la misión en Ur. La reina había sido sacrificada, junto con la corte, para acompañar a su difunto esposo en la tumba. Su sino era trágico, pero era un testimonio de su amor incondicional, de su entrega a una causa superior. Dio su vida para que el rey viviera en el más allá.
Sin embargo, interpretaciones posteriores, mostraron que la reina falleció años más tarde que el rey. Ni siquiera estaba claro que fuera la esposa del rey. Posiblemente no tuvo esposo -entre sus títulos no figura el de esposa-. Fue una reina sin duda poderosa que asumió un papel habitualmente asociado a un varón, a menos que a mitad del tercer milenio aC, reyes y reinas tuvieran un papel y un poder parecidos. En este caso, los sacrificios humanos fueron llevados a cabo para la reina, no para el rey. El tono de la prensa cambió. Puabi pasó de ser descrita como una esposa devota y sacrificada, a ser presentada como una reina caprichosa y cruel, capaz de exigir el sacrificio de su corte. De reina infeliz a bruja despiadada.
Esos calificativos, sin embargo, observa Jennifer Y. Chi, no se aplicaron a la descripción del entierro del rey. Los sacrificios, en este caso, eran una prueba de su poder, no de su crueldad. Puabi era el emblema de los peligros que la creciente independencia de la mujer en la sociedad norteamericana de los años veinte podía acarrear: una mujer liberada de la tutela del marido era capaz de los mayores excesos. Puabi era una advertencia, un signo. Fue el emblema del horror que la mujer no sometida -por su bien y el "nuestro"- acarreaba.
PS: La exposición presenta un nuevo montaje de las joyas que recubrían el cadáver de la reina
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