Fotos: Tocho, Southampton, Long Island, febrero de 2015
El tren, con vagones de aluminio de dos pisos, y asientos de piel verde, tirado por una máquina diesel, arranca desde la estación de Jamaica, en el barrio de Queens. Recorre durante tres horas toda la isla de Long Island. Deja atrás Babylon, un pequeño puerto en la costa del sur. La periferia de Nueva York, formada por casas de madera unifamiliares de una o dos plantas, en medio de un pequeño jardín, deja paso a pueblos, de estructura similar -algún campanario de iglesia católica constituye el único hito en el paisaje, por el que se desperdigan mansiones, cada vez más aisladas, rodeadas de bosques y de creciente tamaño: el tren se acerca a los Hamptons donde vive la clase más religiosa y pudiente norteamericana. La pequeña estación, en medio de nada. Se divisa alguna casa entre los árboles. Una única vía estrecha delimitada por un estrecho andén.
Southampton (Hampton del sur) es, al mismo tiempo, un pueblo, y una extensa área urbanizada, constituida por barrios o pueblos agregados unidos por una red de vías rápidas, por la que circulan los todo terrenos más grandes y negros que quepa imaginar.
Parrish Art Museum es quizá uno de los museos más hermosos del momento. La colección es modesta, si bien incluye a grandes artistas del arte moderno norteamericano -Pollock, de Kooning- y ¡español! (Esteban Vicente, nacionalizado americano tras el exilio de la Guerra Civil, fue uno de los promotores del museo, que posee seguramente la mejor colección de arte de expresionismo abstracto de los años cincuenta, particularmente, los collages, de este artista un tanto olvidado en España, pese a un museo monográfico en Segovia) y , muchos de los cuales tuvieron un estudio por esta área.
El museo fue construido durante la crisis económica que no cesa. El presupuesto se redujo un tercio. Está levantado con estructura de hierro pintada de color claro y de madera, muros y suelo de hormigón (bruto para los muros externos, pulido para el suelo interior), paramentos blancos, vidrio y madera oscura sin tratar -o tratada con brea- , y tejado de uralita cogida con tornillos. Se inspira en los graneros cercanos. La luz es natural (el museo carece de aparatosos focos); entra por claraboyas similares a la de los estudios que los artistas de la escuela de Long Island tuvieron entre principios del siglo XX -existió una escuela impresionista norteamericana- y los años cincuenta. Posiblemente el museo más sencillo que quepa imaginarse. Excelentes acabados sin ninguna ostentación. Los dos cuerpos alargados, bajos y paralelos, con tejado de dos aguas y unidos por los pronunciados aleros que definen, en el interior, un largo pasillo que recorre el edificio y da acceso a las salas, se ubican en un campo abierto.
Junto con el nuevo museo del Louvre, de Sanaa, en Lens (Francia), la visita del Museo Parrish, lejos de cualquier exceso, constituye una experiencia única: un paseo, en sentido literal, a través de las expensas naves, por las que se descubre la colección y el paisaje silencioso -hoy más que nunca, bajo la nieve.
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