domingo, 28 de abril de 2019
Perder la cabeza (To Lose Your Head): primer día de montaje del pabellón catalán en la Bienal de Arte de Venecia, 2019)
Filmaciones: Tocho, abril de 2019
Puerto de Venecia, cerca de la Plaza de Roma, aún en tierra firme. Ocho de la mañana. El día, gris; se anuncia lluvia. Un largo camión, venido de Barcelona, llegado de madrugada, tras dos días de carretera, dobla una curva y entra lentamente en el área de aparcamiento atestado ya de grandes vehículos. Por las marcas destacadas en los contenedores, se adivina que todos transportan obras de arte y material para los ochenta y siete pabellones nacionales y los veintiuno que forman parte de los Eventos Colaterales: más de cien pabellones, entre cinco y diez mil obras de arte, de géneros, formas y tamaños distintos. Los camiones se agolpan, se entorpecen. Las grúas ya actúan. Los trabajadores del puerto se ufanan de un lado a otro, entre órdenes contradictorias a voz de grito.
Pronto, se descargará el camión que trae material y obras para el pabellón de Cataluña en la Bienal de Venecia. La gruesa lona de plástico roja que envuelve el contenedor ha sido rajada de noche. Nada, sin embargo, parece haber sido robado o dañado.
Barcas, anchas y muy bajas, ya surcan la laguna, de un lado a otro, hacia adelante o hacia atrás, entre los "vaporettos" de línea regular.
Una carretilla mecánica desciende jaulas de madera envueltas por una doble capa de plástico tensado, a través de las cuáles se adivinan desdibujadas, como tras un cristal empañado, estatuas ensombrecidas que se enfrentan como espectros. Una alta grúa, con un potente brazo mecánico que podría casi tocar las nubes bajas que amenazan, alza las jaulas de un tirón, que apenas tiemblan como si no pesaran, recortadas contra el cielo gris, girando sobre sí mismas, balanceadas por el viento y el giro de la máquina, y las depositan, perfectamente encajonadas como fichas en una caja, en una de las dos barcas disponibles, ya cargadas de cajas.
El trayecto, por una laguna de aguas sorprendentemente encabritadas, dura cuarenta minutos, cruzando arcos bajos de puentes, por el que apenas se deslizan las barcas, dejando atrás, a la derecha la iglesia del Redentore, en la isla de la Giudecca, casi enfrente de la torre y del palacio ducal, lejos, a la izquierda, hasta el muelle, en la tranquila isla de San Pietro, cerca del cual se halla un hangar de ladrillo que suele acoger góndolas y que, cada verano, acoge la participación catalana a la bienal de arte o de arquitectura.
Todo el material, acarreado sobre plataformas arrastradas y empujadas por una decena de trabajadores, se encuentra ya en el recinto. Las estatuas parecen haber llegado intactas.
Llueve a mares.
Mañana lunes se empezará a montar.
Agradecimientos a Favio Monza, sin cuyo trabajo no se habría podido llegar indemne hasta el primer día de montaje.
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