Imágenes del panel de Peter y Alison Smithson en el congreso del CIAM IX, en Aix-en-Provence, de 1953.
A principios de los años sesenta, la relación entre la pareja de arquitectos británicos Peter y Alison Smithson, e Iraq -y, particularmente, con Mesopotamia-, era conocida, toda vez que la compañía de aviación iraquí, que por el aquel entonces pertenecía al rey Faisal II, les escargó el proyecto de su sede en Londres, cuya decoración completaron con reproducciones de grandes relieves mesopotámicos (asirios).
Sin embargo, ya en 1953, en el gran congreso de arquitectos, CIAM 9, que tuvo lugar en Aix-en-Provence (Francia), y en el que una nueva generación de arquitectos, que había sufrido la inhumanidad del urbanismo y la arquitectura racionalistas de entre-guerras, sin que su pureza e higienismo, que tenían que renovar al ser humano, hubiera podido detener la barbarie, se levantó contra la "vieja guardia" de Le Corbusier y Sert a fin de defender una nueva manera de proyectar, construir y vivir, que no implicara la desmembración de las tareas humanas (comer, dormir, trabajar, etc.), sino que atendiera a sus complejas relaciones. Entre la nueva generación de arquitectos destacaron de inmediato la pareja de jóvenes británicos Peter y Alison Smithson.
En un panel, muy celebrado, que forma hoy parte de la colección del Centre George Pompidou de París, presentaron un "mapa" de la nueva vida urbana, que ya no seguía por sendas nítidamente diferenciadas. La trama de la nueva ciudad -que se tenía que reconstruir o fundar tras las devastaciones de la segunda guerra mundial- seguía la incierta senda de unos niños jugando (tal como mostraron en el panel izquierdo). Eran sus pasos, sin rumbo fijo, marcados por la emoción, el juego, el azar y una imperiosa necesidad de salir adelante, los que trazaban líneas imaginarias que serían recogidas por los arquitectos y urbanistas a fin que la trama urbana respetara y respondiera a las pulsiones de la vida. La calle no era un conducto vacío, que el ser humano se veía forzado a tomar sino que, como en la ciudades antiguas, serían las idas y venidas de los humanos, en su deambular cotidiano, o con motivo de procesiones, las que dibujarían la planta de la ciudad. Ésta se adaptaría a los movimientos del habitante. Movimientos que respondiesen a los impulsos, contradictorios a veces, pero siempre vitales, y necesarios pues, ya que eran consecuencia de la vida que latía, empujaba y refluía.
El modelo o paradigma de esta nueva traza urbana estaba bien señalado por "los" Smithson: era la trama de la ciudad mesopotámica de Ur. Una trama que recuerda la organización en apariencia caprichosa de las medinas -y de las ciudades medievales- pero que respeta antiguas parcelaciones, fruto, precisamente de los movimientos humanos, animales y naturales: el curso de las aguas, los pasos de los rebaños, salvajes o domesticados, el ritmo hipnótico de las procesiones -que no responden sino a la necesidad de ir más allá de los límites de la vida y la ciudad, movidos por un anhelo de trascendencia que se manifiesta en pasos cercanos a la danza, al juego rítmico.
Así, la trama de la ciudad de Ur bien podría haber estado en la regeneración del urbanismo europeo que, por un momento, pudo haber estado marcado por necesidades vitales y no solo económicas.
Ur, en el origen del urbanismo moderno -que nunca llegó a fraguar- Otra de las aportaciones de Súmer a la edificación de la vida.