Fotos: Tocho, junio de 2015
El texto de la Biblia está estructurado como un juego de reflejos o de ecos. Todo está en todo. Acontecimientos del pasado son presentados como el anticipo de hecho futuros, mientras que lo que acontece en el presente se percibe como la rememoración, o la reactualización de acciones acaecidas en un tiempo muy anterior. Jonás engullido por una ballena antes de ser regurgitado en la playa tres días más tarde constituye una prefiguración de la agonía y la resurrección de Cristo, crucificado justo donde Adán fue enterrado, del mismo modo que las Bodas de Caná se anticipan a la Santa Cena.
Esta composición de motivos que se reflejan los unos en los otros es la que Miquel Barceló conjugó en la
Capilla del Santísimo en la Catedral de Palma. La obra, moldeada, grabada y pintada sobre grandes placas de terracota agrietadas, trabajadas y cocidas en Italia -cuyas grietas son el testimonio tanto de la tierra reseca, cuando de las oberturas por las que la vida sube-, está dedicada a la multiplicación de los panes y los peces que culminan las bodas de Caná.
Pero este hecho milagroso se articula con la Santa Cena, y la Pasión y Resurrección de Cristo, por un lado, y con el mito de la Creación por otro. La Capilla se convierte en una cueva, el antro de los orígenes. Los animales emergen del lodo. Se asoman al espacio. La tierra da frutos, los cuales fertilizan aquélla. Agua y tierra se separan. Las aguas se retiran. Las olas que baten se confunden con las plantas agitadas. Al fondo de la cueva, la divinidad emerge, transfigurada. asciende , no de una tumba, sino del sagrario -cubierto de pan de oro, fuente de luz, gracias al cual la muerte trasmuta-, que contiene el pan y el vino, producido en la cueva, que son la carne y la sangre de la divinidad. Ésta es un dios y un hombre -el propio artista, con el cuerpo cubierto de manchas albas-, pero también es un ser despellejado, ofrecido en sacrificio en rituales precolombinos. Asciende entre palmeras, cuyas palmas celebran su renacimiento. Sus heridas, en las manos, los pies y un costado, son las mismas que rajan a los peces cuando se les abre en canal: la imagen no es gratuita; el acrónimo de Cristo, en griego, significa pez, y los peces son el símbolo de Cristo, que Cristo multiplica, multiplicándose, ofreciéndose a todos los comensales, los comulgantes, de las bodas de Caná, y de las ceremonias durante las que los humanos se hacen con la carne, liberada de las aguas, y la sangre de la divinidad. Sobre la cueva, las vidrieras deberían dejar pasar la luz, pero son negras, nubladas, como si la vida se recogiera en la cueva, y no tuviera que trascender en las alturas: la vida se halla en la tierra donde la divinidad nació y se multiplicó. Las vidrieras están cubiertas de espinas -espinas de peces, y coronas de espinas- y de rayos que crepitan sobre un cielo de ceniza. La cueva es el mundo. La vida que se forma asciende desde el mundo de los muertos. Los panes alimenticios -que son la carne divina-, de cuarteada costra, y los mismos frutos abiertos -melones, granadas, racimos de uva incluso- recuerdan las pulidas calaveras que los sustentan. Calaveras que se asemejan también a los fondos marinos cubiertos de conchas, y a las rocas batidas por las olas y horadadas -como los óculos cadavéricos- por una vida incipiente, y a las jarras henchidas, que recuerdan la tierra abombada, o un vientre grávido, de las bodas de Caná.
Una obra sugerente, que requiere, por desgracia, ser observada desde dentro, acceso vetado a los turistas.
Agradecimientos a Miquel Barceló, Maria Hevia, y la catedral de Palma de Mallorca
La filmación de la obra de Barceló en la Capilla llevada a cabo por Marc Marín, se mostrará en la exposición sobre Cerámica y Arquitectura (en el Mediterráneo, desde Mesopotamia hasta nuestros días) que el Museo del Diseño de Barcelona prepara para septiembre de 2016.