Tras la pandemia, la falta de público, la dramática reducción de fondos, los costes desorbitados del transporte de obras, el posible cierre de fronteras, la inseguridad, y el hermetismo o la mediocridad de una parte del arte (contemporáneo), una nueva amenaza, quizá la más inquietante, se cierne sobre los museos: el llamado arte inmersivo.
Una noticia alarmante,ayer, contaba que el muy serio Grand Palais, en Paris, sede de las grandes exposiciones organizadas por la Reunion de los Museos Nacionales, una organización pública nacional que engloba a los principales museos franceses,, con un presupuesto que supera a la de cualquier gran museo -exposiciones antológicas o temáticas casi definitivas, capaces de presentar las mejores obras y publicar catálogos, populares y académicos al mismo tiempo, difíciles de superar-, se entregaba a esta nueva modalidad "artística", que otras ciudades, como Barcelona, sufren desde hace tiempo.
¿Qué es el arte inmersivo? O qué no es: porque no es arte. Son reproducciones, a tamaño descomunal, de obras de arte, descompuestas en fragmentos a escala monumental, sobre soportes plásticos brillantes retroiluminados, con colores chillones propios de anuncios publicitarios, dispuestos en las salas a oscuras, que quieren dar la sensación, no solo que se pueden ver de muy cerca los más ínfimos detalles de una obra -imposibles de descubrie en un museo donde se tienen que mantener las distantes con obras a veces protegidas por gruesos cristales que reflejan la luz y hacen de espejo-, sino que se puede desplazar en la obra, estar en ella, rodeado por ella.
Proyectarse en una obra, tener la sensación, la ilusión, que uno se encuentra en la imagen: una sensación que cualquier cuadro naturalista produce; una sensación, inevitable, de bienestar o de inquietud. La imagen nos atrae, nos atrapa y nos "engloba". Esta sensación no requiere ningún artilugio ni ningún truco: solo una confrontación con la imagen.
Mas esta confrontación exige que se cuiden las formas, que se mantengan las distancias. La observación, el aprecio de una obra, exige que nos alejemos de la obra. Lejos de un acercamiento, debemos retirarnos. Las imágenes están concenidas y hechas para ser contempladas desde cierta distancia. Son a la vez una cuarta pared y una apertura a lo que se halla detrás de dicha pared. Como Alicia en El país de las maravillas, o Al otro lado del espejo, como Dorothy en la Ciudad Esmeralda, podemos soñar con visitar detalladamente el mundo que la imagen retrata y crea; pero esta visita es un sueño, que requiere que estemos de este lado del espejo para poder transpasarlo con la imaginación.
El arte inmersivo se basa en una falacia: el arte solo se puede apreciar con los sentidos, tan excitados que no se puede reflexionar, cuando el arte es un mecanismo paradójico que nos hace pensar a través de la activación de los sentidos conectados a nuestro intelecto. El arte, tras un primer encuentro, se aprecia con los ojos (los sentidos) cerrados; el arte nos impresiona cuando lo recordamos -recuerdo que activa el deseo de volver a contemplar la obra. Es la memoria y no la vista el órgano que nos permite acercarnos al arte.
Una imagen es un mundo, cerrado y unitario; un señuelo que nos capta y nos cautiva. Pero no podemos perder el contacto con nuestro mundo para perdernos en el mundo de la imagen. Este fascina porque es inacesible; mantiene pues indemne el deseo de alcanzarlo. Objeto imposible y sin embargo imposible de descartar. El zorro quiso creer que las uvas estaban a su alcance. Tras comprobar que se le escapaban y se le escaparían siempre, se dió la vuelta irritado y las maldijo.
El arte inmersivo no pretende poner el arte a nustro alcance. Pretende diluir la frontera entre arte y realidad, lo prosaico y lo soñado, cumplir supuestamente nuestros sueños, es decir, destruirlos. El arte inmersivo anula el arte y su capacidad incantatoria y de encantamiento. Tras un paseo entre gigastescos paneles luminosos de colores, que no atienen a las dimensiones de la obra -que no guarda, no respeta las medidas, una falta de respeto-, salimos a la calle y nos olvidamos al momento de lo que hemos visto. El arte inmersivo suspende la mayor "virtud" del arte: su capacidad de ser recordado, de suscitar imágenes y de despertar el deseo de volver a contemplarlo. El arte inmersivo no da lugar a ninguna experiencia sino tan solo a un fugaz, y finalmente molesto, deslumbramiento, que la luz del dia disipa para siempre. A tono con nuestros tiempos.