lunes, 17 de noviembre de 2014

Cibeles, la diosa protectora de las ciudades





Cibeles, s. III dC, Museo de la Ville Getty, Malibú (EEUU)
Foto: Tocho, noviembre de 2014


Cibeles era una diosa frigia (anatólica). Dominaba las fieras. Circulaba en invierno, cuando el gélido viento barría la estepa, subida a un carro, que azuzaba la ventisca, tirado por leones. Era considerada como la gran diosa, de quien dependía, por el férreo control sobre las bestias -que evocaban la naturaleza indómita- y las estaciones -anunciando el invierno-, la vida en la tierra, sobre todo cuando la vida estaba a merced de la muerte que el frío traía.
La vida, en época helenística, ya no se hallaba en la naturaleza, sino en la ciudad. Ésta se oponía al mundo salvaje. Éste era una manifestación del caos anterior a la urbanización. Significaba el desorden, la falta de ordenación que la urbe extendía por el territorio. La ciudad era fuente de vida. Solo en ella, los seres humanos se sentían protegidos. La ciudad era una imagen del mundo de los inicios, anterior a la caída. La vida verdadera no se concebía fuera de la ciudad. Ésta dibujaba un perímetro dentro del cual  el ser humano estaba a salvo del daño que la naturaleza, ahora considerada como dañina, y no ya edénica, acarreaba.
La salvación de la ciudad dependía del control efectivo de la naturaleza salvaje. El destino de toda urbe estaba en manos de aquellas diosas-madre que, desde los inicios, ponía la vida natural bajo su mando.
Las ciudades helenísticas estaban bajo la protección de la diosa Tiqué (Fortuna, en latín). Ésta era un concepto divinizado. Se representaba bajo una forma femenina, a menudo sentada o asentada, con unas espigas -que evocaban la cultura y los cultivos que aseguraban la supervivencia física y espiritual de los ciudadanos- o el cuerno de la abundancia -del que manaban los bienes de la tierra-, y una corona figurada por la muralla de la ciudad, que la circundaba, exponiéndola como un todo bien organizado, y la defendía.
Tiqué, la diosa urbana, y Cibeles, la diosa del mundo salvaje, eran divinidades que asumían valores o funciones antitéticos.
Mas, como la buena fortuna de la ciudad dependía del control efectivo del espacio indómito, pareció lógico que Cibeles acabara asumiendo el papel de Fortuna. De ahí, la representación iconográfica de Cibeles, que controlaba a fieras como leones, sentados a su vera, y sustentaba sobre su testa a la ciudad. Ésta arraigaba en la cabeza de la diosa a cuyos pies se achicaba el mundo salvaje.
Esta representación, no muy habitual, se puede ver en una estatuilla en el Museo Nacional de Damasco -quien sabe cuando se podrá regresar- y en el museo de la Villa Getty de Malibú (California, Estados Unidos) que posee también un pequeño bronce que representa a Tiqué, en una postura ya conocida, de la que existen ejemplos de gran tamaño en mármol.


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