martes, 2 de diciembre de 2014

(El cuento de la) Universidad


Debía ser a mediados de los años noventa.  Se hallaban a finales de junio o a principios de julio. Las clases habían concluido, y empezaba el periodo de reuniones departamentales y de facultad preparatorias del curso siguiente.
Se estaba fijando el calendario que regiría al cabo de tres meses. Se distribuían los grupos asignando un profesor a cada uno. Recuerda que un catedrático se había quejado el año anterior porque tenía clases dos días seguidos. A fin de no volver a penalizarlo, se organizó el curso próximo de manera que iba a impartir clases lunes y viernes.
Cuando, ufano, se le anunció este cambio, montó en cólera; o mejor dicho, respondió fríamente que no le iba bien. Todo los laboriosos ajustes en vano. Se le recordó un tanto desesperado sus palabras, pero argumentó que "eso" -no impartir clases en días seguidos- era el año anterior; a partir de ahora, por el contrario, se iría los viernes a la "finca" -recuerda la expresión: tuvo la visión de un cortijo, emplazado en el norte de Cataluña- y no regresaría hasta el lunes. Trató de explicarle que era el mes de julio; se había discutido para cambiar el calendario y adaptarlo a sus deseos, y a esas alturas no podía hacer nada. Además, cómo iba a pedir una modificación del calendario con la excusa de la estancia en una finca fuera de Barcelona. "No, no lo digas, ¡miénteles!, son funcionarios, burócratas", replicó divertida y cansadamente el catedrático como si hablará a un niño corto de miras que no se aclara. El joven profesor trató de razonar. La respuesta que recibió fue seca: el curso empezaría en septiembre, no daría las clases, los alumnos se quejarían. ¿Ante quien? ante el responsable de los horarios; es decir, ante él. ¿Acaso quería tener el pasillo atestado de alumnos indignados? Él mismo. Ya se lo encontraría.
Supone que fue un iluso: hubiera tenido que saber que era inútil discutir. Unos pocos años antes, el mismo profesor se reunió en secreto con otro alto cargo de la universidad -tal como éste reveló entre sorprendido días después- para solicitar que expulsaran al joven profesor -funcionario-, a fin de colocar en su lugar a otro profesor, un aun más joven ayudante, en este caso: era su cuñado, por el aquel entonces.
Se trataba de un excelente docente. Impartía la mitad de las horas asignadas. Empezaba tarde y concluía la clase antes de la hora. Debía cobrar unos cuatro mil euros al mes, netos.
Con la universidad no cabe la nostalgia de los viejos tiempos. Siguen plenamente vigentes.

http://elpais.com/elpais/2014/11/28/opinion/1417202506_176244.html

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