sábado, 2 de abril de 2016

Margaritas para....


Benditos fueron los años ochenta y principios de los noventa cuando Barcelona se llenó de cosas curiosas. ¿Quién no recuerda los monumentos de gusto peculiar de la Jirafa pensativa de Grañer, La Dama de Barcelona de Liechtenstein, el Cielo Caído (nunca una escultura tuvo un título tan apropiado) de Beverly Pepper, el monumento a Maciá de Subirachs, las esculturas vagamente rollizas y rodinianas del arquitecto Robert Krier, la fantasmal cara sobre alambres de Llena -titulada David y Goliat (¿?)-, el personaje de Llimós, la Colometa de Mestres- Capmany, el Gato de Botero, el Culo de Úrculo, o incluso la descomunal Mujer y pájaro de hormigón y azulejos de Miró -creada a partir de una figurita?  Solían ser muy grandes, aunque no todas muy caras, pues varias eran obra de escultores norteamericanos de una misma galería que se vendieron en lote.
Faltaron el niño persiguiendo la luna de Mariscal, que hubiera alcanzado unos cincuenta metros de alto y cubierto la plaza Cerdá, pero las esculturas de Llena bien han suplido este tipo de instalaciones, y una gigantesca escultura de Dalí ante la catedral, similar a las que suelen exhibirse en centros comerciales.
Estos tiempos felices han vuelto con creces, y superan todo lo anterior. Pronto, unas coloristas margaritas, como de Agata Ruiz de la Prada, se insertarán en el enhiesto y broncíneo cañón de una batería militar en el Castillo de Montjuich.
Oh, metáfora. Sutil, sutil.

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