viernes, 26 de octubre de 2018

Cristo y Apolo en Constantinopla (Estambul)


Foto: Tocho, Octubre de 2018

No lejos de un acceso al Gran Bazar de Estambul se alza, sobre un altísimo podio, una columna descomunal de porfirio.
Este columna formaba parte del templo de Apolo en Roma. Constantino la llevó a Constantinopla para celebrar la reciente fundación de la ciudad a partir de una ciudad muy modesta, Bizancio. Mandó erigir sobre la columna una estatua dorada de Apolo adorando al sol procedente de un templo en Heliópolis en Frigia, cuya cabeza fue sustituida por una del emperador, dotada de rayos solares representados por clavos, los que clavaron a Cristo en la Cruz.

La sustitución es sorprendente si aceptamos que Constantino fuese el primer emperador cristiano que, por tanto, aceptase la existencia de un único dios -en verdad, Constantino también se consideraba una divinidad, mas no aceptaba otra que no fuera Cristo.
Es también interesante porque testimonio de la equiparación entre Apolo y Helios -el Sol- en la tardo antigüedad, y la relación que se estable por aquellos años entre el Sol y el emperador. Hasta entonces, el culto solar había jugado un papel menor en Roma. Sin embargo, creció y se extendió con el Cristianismo. El emperador Juliano, a finales del siglo IV, en un intento de volver a los cultos paganos, quiso imponer el culto al Sol.

Otro dato de interés lo aporta una leyenda que sostiene que en la base de la columna se hallaban reliquias paganas, como la sagrada estatua de Palas Atenea, el Paladio, que protegía a Troya y fue llevada a Roma por Eneas -convirtiendo así a Roma en la nueva Troya- y cristianas: desde el hacha con la que Noé (que era carpintero como lo fue José, el padre humano de Cristo) talló las planchas de madera con las que construyó el Arca, y la piedra que Moisés golpeó para obtener agua en el desierto, hasta una parte del ajuar de la tumba de Cristo emplazada en Jerusalén: fragmentos de la santa cruz así como de las cruces de los dos ladrones crucificados a la diestra y la siniestra de Cristo. Objetos litúrgicos como la crismera que contenía el crisma o el santo óleo con el que Maria Magdalena unció el cuerpo de Cristo fallecido. Se trataba de reliquias relacionadas con la historia mítica de Constantinopla y que asociaban esta ciudad con los elementos que determinaron la vida y la resurrección de Cristo con el que Constantino se equiparaba.

Esta leyenda no es gratuita ni absurda. Es un nuevo testimonio de la relación entre Apolo y Cristo en el tardo imperio romano, cuando la figura del dios Apolo no solo determinó la iconografía de Cristo como un joven de hermoso cuerpo sino que permitió entender mejor la función taumaturga -sanadora, redentora- de Cristo, toda vez que Apolo, amén de ser el padre de Esculapio, el dios de la medicina, asumió las funciones de su hijo y, en particular, velaba sobre las aguas purificadoras que lavaban los males físicos, signos siempre de males y maldiciones espirituales.

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