martes, 3 de diciembre de 2019

Arte y política (la fama)

Resultado de imagen de pintura de Casp Ayuntamiento Salon Sant Jordi




Retirar obras de arte, o cubrirlas con otras obras, no es una práctica infrecuente. No debemos ni siquiera sorprendernos que el ayuntamiento de Florencia (el Palazzo Vecchio) cubriera, en el siglo XVI, frescos que Miguel Ángel (La Batalla de Cascina) y Leonardo (La Batalla de Anghiari) realizaron en este edificio público  -ciertamente no terminados o deteriorados-, con frescos mediocres de un mediocre artista, Giorgio Vasari.

El Ayuntamiento de Barcelona ha decidido retirar unas pinturas murales sin ningún interés estético, y reemplazarlos por obras de mayor calidad (de Torres García), que han podido ser recuperadas después que hubieran sido cubiertas por los frescos que ahora se van a retirar.

Los criterios que justifican la retirada, sin embargo, no son propios de la teoría ni de la crítica del arte. Se condena dichas obras porque están muy "connotadas ideológicamente", lo que no constituye un criterio estético sino político. Un criterio que, si se aplicara siempre, llevaría a esconder cuadros como Guernica de Picasso -cuya reproducción se expone en la reproducción del Pabellón de la República Española construido para la Exposición Internacional de París de 1937, instalada en el Valle Hebrón  en los años ochenta.

Otra razón se basa en que la escasa fama de los artistas, considerados secundarios. Entre éstos se halla Dionis Baixeras, conocido pintor noucentista catalán. El resto no son, efectivamente, muy conocidos del gran público. La cuestión, de nuevo, no reside en la escasa valía o fama de dichos artistas, sin duda olvidables, sino en que se condena una obra por el escaso (re)conocimiento del artista. La mediocridad de una obra no depende del nombre de un artista. La pintura de gran tamaño Segador que Miró realizó para el Pabellón de la República -que solo se puede juzgar por fotografías en blanco y negro- debería ser una obra maestra si atendemos al nombre del artista; pero solo si atendemos a este criterio.
Por otra parte, con este criterio en mano, se deberían almacenar en las reservas la casi totalidad de los frescos románicos del Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC), pintados por artistas cuyo nombre no ha trascendido. ¿Cuántas obras pueblan las colecciones permanentes de museos cuyos nombres solo son recordados por algunos especialistas? Las pinturas murales del Salón Sant Jordi del Ayuntamiento de Barcelona, no tienen interés estético, pero las razones no son políticas.

Sorprende que la (absurda) retirada de una escultura connotada políticamente, de unos artistas casi desconocidos, de una exposición temporal del Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (MACBA) suscitara hace tres años tantos comentarios y llevara al despido de varios responsables, cuando las razones de su exclusión eran las mismas que se aducen para retirar los mediocres frescos del Ayuntamiento, cuyo desmontaje, en cambio no provoca ningún arqueo de cejas.
Desde luego, tantos estos frescos como aquella escultura podían ser retirados si se enjuiciaban estéticamente; pero cuando se recurre a criterios no artísticos, forjados desde el siglo XVIII, se puede llegar a tener que condenar la casi totalidad de las obras de arte del pasado y del presente

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