miércoles, 13 de octubre de 2021

Juicio final

 




Es posible que algunas personas hayan notado algo extraño en el célebre fresco que Miguel Ángel Buonarroti (1475-1564) pintó en el ábside de la Capilla Sixtina en el Palacio del Vaticano (Roma): el Juicio Final (1536-1541), semejante a tela de grandes dimensiones tendida ocultando todo el muro: siendo una obra renacentista (o manierista), en todo caso, una obra que responde a las reglas compositivas de la perspectiva, algunas de las figuras situadas en lo alto de la escena, entre ésta Cristo, tienen un tamaño muy superior a las figuras de la parte inferior. 

Esta diferencia de tamaño no responde a un fenómeno óptico -las figuras en lo alto, observadas desde abajo, tienen que tener un tamaño mayor que las figuras situadas a la altura de la vista humana, para compensar la aparente disminución de tamaño causada por la lejanía con respecto al observador-, ya que el resto de los personajes en lo alto están representados a los misma escala que los que se ubican cerca de los espectadores. Tampoco se puede aducir que el tamaño agigantado simboliza la superioridad o divinidad de la corte celestial, en lo alto del fresco, ya que la característica principal de la religión cristina consiste en la doble naturaleza, divina y humana, de la divinidad, sin que la naturaleza divina implique que la divinidad sea un superhombre; sigue siendo un ser humano a parte entera, con las mismas limitaciones, a la misma altura que los humanos.

Desde luego Miguel Ángel no había perdido pericia compositiva ni se había olvidado de las reglas perspectivas. Tampoco había sufrido un retraimiento hacia composiciones medievales.

La diferencia de tamaño es evidente; y es intencionada. El fresco del Juicio Final se compone a partir de dos reglas perspectivas antitéticas, unas aplicadas al conjunto, y otras a unas pocas figuras en la parte superior. Éstas no responden a la perspectiva renacentista según la cual el tamaño de las figuras responde a la distancia a la que se encuentran con respecto al ojo que observa y reproduce la escena, el ojo del pintor ubicado allí donde deberá situarse el espectador para tener una correcta "perspectiva" de la escena. Responden, por el contrario, a la perspectiva invertida bizantina: según ésta, el punto de vista no es el del artista sino el de la figura principal representada: la divinidad y la corte celestial. El punto de fuga no se sitúa en un eje horizontal en la obra, sino que se ubica en el lugar del artista. Lo que la perspectiva invertida bizantina muestra no es lo que el artista (y los humanos en general, los espectadores) percibe, sino lo que la divinidad descubre. Un icono bizantino siempre revela la visión que la divinidad tiene de los mortales. 

El Juicio Final es una obra única. Por un lado muestra el destino que nos aguarda y, por otro, muestra el destino desde el punto de vista de la divinidad. Del mismo modo que las figuras ubicadas más cerca del plano de un cuadro, según la perspectiva común, aparecen de mayor tamaño que las figuras situadas al fondo del cuadro, en la perspectiva invertida son las figuras más alejadas del común de los mortales, que se representan con un tamaño mayor, porque están más cerca del ojo de Dios, mientras que las figuras más cercanas a nosotros, los espectadores, se representan como figuras diminutas porque son las que más alejadas físicamente -y sin duda espiritualmente- de la divinidad se encuentran. 

El Juicio Final representa la visión divina del Final de los tiempos, cuando las figuras cercanas a la corte celestial se acrecentarán, mientras que el resto de los humanos empequeñeceremos, si bien esta "visión" pesimista acerca de lo que nos aguarda se compensa o se equilibra con nuestra propia visión que muestra lo que esperamos y a lo que aspiramos, a un Juicio justo y final.

La plasmación de dos puntos de vista contrapuestos, conjugados en una misma escena, revela la grandeza de la visión de Miguel Ángel, y su pesimismo, pero que no su derrota ni abandono.  


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