martes, 12 de octubre de 2021

¡A jugar!

 Los padres lo saben bien: solo hace falta que se ordene a los hijos que se vayan a jugar, para que no estén entre las faldas de los adultos ni escuchen lo que éstos van a contar, para que los niños no sepan qué hacer.

El juego requiere reglas. El fuera de juego no está tolerado. Los video-juegos y los juegos de roles están codificados. Se especifica claramente qué se puede o deba hacer y qué no tiene cabida, so pena de una expulsión o una condena. El juego es una actividad libre precisamente porque se ejerce dentro de un cierto marco, legal y espacial. Un juego sin normas no tiene "sentido". Los jugadores no saben bien cómo se las tienen que componer, cuáles son los objetivos, qué deben perseguir y cómo. La desregularización es la muerte del juego. Dichas reglas deben ser asumidas, y puestas en práctica "naturalmente". No se puede estar constantemente recordando las normas, pues el juego se interrumpe. Aquéllas tienen que estar "interiorizadas", y deben de encauzar la manera de actuar. 

El desconocimiento de una regla, por el contrario, interrumpe el juego. Los principiantes se sienten inseguros, son lentos, y cometen faltas: se mueven por donde no deben y llevan a cabo acciones proscritas. Así como son necesarias marcas en el suelo que indiquen dónde los jugadores tienen que ubicarse y por dónde tienen que desplazarse en el área del juego, so pena de una tarjeta roja, unas reglas escritas que determinen el desarrollo del juego son necesarias. Éstas pueden parecen absurdas juzgadas desde fuera -los requisitos vestimentarios, por ejemplo, que obligan a llevar calzones y manga corta en invierno, pueden parecer grotescos fuera del ámbito del juego-, pero adquieren pleno sentido si se estudian en y desde la cancha. 

Los juegos son una fiesta. Los juegos públicos tienen lugar en días de fiesta, marcan y centran las festividades. Son la ocasión de llevar a cabo prácticas que los días de cada día no se pueden llevar a cabo, por falta de tiempo, y por cierta vergüenza. Por otra parte, si la fiesta se extiende espacial y temporalmente, si todo el tiempo se convierte en un tiempo festivo, si la fiesta acontece por doquier, el sentido de la fiesta, que reside en la interrupción del tiempo y del espacio habituales, desaparece. La fiesta invita a un "cambio de aires", el olvido, por unas horas de la vida cotidiana. El juego constituye una necesaria excepción, y ésta solo cobre vida si atiende a ciertas indicaciones observadas por todos, jugadores y espectadores, que saben que tras la fiesta la vida profana, de cada día, regresará y será bienvenida. La borrachera permanente deja de ser atractiva. Se convierte en un verdadera dolor de cabeza que anula el juicio y la capacidad de reaccionar.

Para que el juego acontezca es necesaria una información clara y precisa, que permita a los miembros de una comunidad decidir si quieren jugar, dónde y cuándo, sin obligar a nada. El juego debe de responder a una decisión libremente asumida, sin presión, sin que se fuerce a nada. Por tanto, un calendario, una dirección, un horario y un plano son los datos mínimos que se tienen que proporcionar para invitar al juego: dónde se ubica el área de juego, y bajo qué condiciones -hora, precio, etc.- se puede llevar a cabo el juego, aunque éste tenga lugar entre la salida del colegio y la cena: un periodo acotado. Se tienen que enseñan las cartas; no se puede tener escondido un as en la manga, ni manejar cartas trucadas.

La ciudad de Barcelona posee una gran área de juego: la colina de Montjuic, salpicada de museos, jardines -un jardín botánico, incluso-, paseos asfaltados y de tierra, zonas deportivas -piscinas, pistas-, bares y restaurantes, etc, áreas urbanizadas y otras (aún) asilvestradas. El uso de la colina tiene lugar los fines de semana, los días de fiesta, principalmente, y algunos días "especiales", como estos próximos días, precisamente, organizados por el ayuntamiento, que conjuga diversas actividades deportivas, culturales y "lúdicas", a bajo precio, que inviten a subir a esta colina. Mas, es curioso que la información sobre lo que la colina ofrece escasea o no se da. Lo único que se destaca es una frase imperativa: Vive Montjuic (Viu Montjuic) -una expresión gramaticalmente extraña, que recuerda la mítica frase (signifique lo que signifique) Living la vida loca. Se trata de una orden. Los ciudadanos no podemos decidir qué haremos. El poder público ya lo ha determinado: tenemos que desplazarnos a la colina, lo queramos o no.

Las novelas 1984, de George Orwell, o Un mundo feliz, de Aldous Huxley, señalaban los peligros de los poderes dictatoriales ejercidos por censores y guardias. Mas, el verdadero poder es paternal y condescendiente. Es el poder bienintencionado que vela untuosamente por nosotros y nos indica cómo, cuándo y dónde tenemos que vivir, que nos acaricia las mejillas. Dejad que los niños vengan a mí. 

Este fin de semana, en la ciudad de Barcelona, todos a Montjuic por nuestro bien. "Toca" que nos entretengamos. Y si no disfrutamos a horas convenidas, sin duda somos "malos" ciudadanos que no sabemos apreciar todo lo que los guardianes de las buenas y sanas costumbres hacen por nosotros.

Amén.


  


 

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