lunes, 30 de diciembre de 2024

Piedra como porcelana (Península arábiga, IV milenio AC)














 

Cuencos de piedra, cuarto y tercer milenios, península arábiga, Museo Nacional de Omán, Muscat

Fotos: Tocho, diciembre de 2024


Tallar figuras de piedra dura con instrumentos de piedra, cuerdas  y varillas de madera, en la Edad de Bronce, era una proeza. Crear objetos cóncavos de piedra, tales como cuencos y cajas, a veces con compartimentos interiores, con instrumentos de piedra, se nos antoja una tarea manual imposible. Las paredes de los objetos tienen el grosor de la porcelana o de la cáscara de huevo, aún más fragilizadas por la ornamentación grabada: líneas paralelas y círculos, a los que menos de medio milímetro de piedra separa del vacío n interior.

Estas ofrendas funerarias de la península arábiga, ejecutados entre el 3500 y el 1600 AC, de diseños y trabajo perfectos, constituyen algunos de los objetos más hermosos y técnicamente más logrados de la Edad de Bronce. Unos objetos por un lado útiles (recipientes, vasijas, cajas con tapa, también de piedra), y por otra lado sagrados, que acompañaban y honraban a los difuntos. La modestia, el cuidado, la atención se combinan en una piezas cuyo mayor lujo consiste en en la sencillez de las formas y de la ornamentación, que seguramente remite a la cestería -y al trabajo de orfebre en láminas de plata o de oro. 

Los seres de bronce de Magan





 

Figuras antropomórficas de cobre, finales del tercer milenio, Museo Nacional de Oman, Muscat.

Fotos: Tocho, diciembre de 2024.


Sorprendería la cantidad de estatuillas de fundación de cobre macizo, algunas de casi medio metro de alto, halladas en los cimientos de construcciones monumentales del cuarto y tercer milenios, en el sur de Iraq, un territorio de marismas, carente de piedra y de minerales, si algunas tablillas reales escritas en sumerio con escritura cuneiforme, del tercero y del segundo milenio, no revelaran la procedencia del cobre: la tierra de Magan, un reino que comerciaba con las ciudades-estado sumerias, y el tercer imperio de Sur, a finales del tercer milenio; una tierra que Sumeria acabaría conquistando.

Mas, ¿dónde se ubicaría el reino o los reinos de Magan? ¿En la India, o en la actual Baréin? Al parecer, Magan era la actual Omán, un país con una riqueza arqueológica quizá menos conocida que la de Iraq, pero no menos importante para entender los intercambios culturales, comerciales y políticos, entre el Mediterráneo, Eurasia, los reinos arábigos, hindús y el imperio chino en la edad de bronce.

Entre las representaciones humanas más sintéticas y hermosas de la antigüedad se hallan unos objetos interpretadas como unos útiles o como unas ofrendas, de una aleación de cobre, de finales del tercer milenio: unas figuras femeninas, quizá, humanas o sobrehumanas. Están a la altura de las figuras funerarias de las islas Cícladas, apenas posteriores, talladas en mármol, volumétricas aunque relativamente planas, tan estilizadas y armoniosas como las figuras del antiguo reino de Magan.


domingo, 29 de diciembre de 2024

La ruta del incienso: Sumhuram, el puerto mundial de la antigüedad




































 Fotos: Tocho, Sumhuram (Samaram), Omán, diciembre de 2024


Si bien algún viajero europeo por la península arábiga, a mediados del siglo XIX, recorría el desierto pedregoso, partido por vertiginosos tajos, y caudalosas rieras cuando los monzones, cabe la costa del mar Índico. en busca de un célebre puerto comercial descrito en un tratado geográfico griego anónimo del siglo I dC, el Periplo del Mar Eritreo (en verdad el Mar Rojo), escrito posiblemente de un navegante egipcio, no es hasta los años 50 del siglo pasado y, más tarde, entre 1997 y 2003 que, gracias a la UNESCO, Smhrm o Smrm, tal como se escribía en arameo, inciertamente transliterado como Sumhuram o Samaram, fue desenterrado y restaurado.

Se trataba del puerto comercial más importante del mundo. Durante ochocientos años, entre los siglos III AC y V dC, Sumhuram fue la ciudad de la que partían un mínimo de unos ciento veinte barcos anuales hacia China, la relativamente cercana península de la India, Mesopotamia, Egipto, el Mediterráneo oriental -y de allí a todo el Mediterráneo- y reinos del sureste del continente africano cargados de uno de los materiales suntuarios más valiosos: el incienso, tan apreciado como el oro y las piedras preciosas. El negocio de la recogida de la resin, su tratamiento, su transporte y su distribución a medio mundo, del Mediterráneo occidental a la China y al sur de África estaba bajo el control de la ciudad.

El incienso, una resina olorosa, traslúcida, dorada, en ocasiones, como el ámbar, precedente, hoy como ayer, de arbustos de las altas tierras desérticas del sureste de la península arábiga, se utilizaba, bajo la forma de vapor, quemándolo, como perfume en rituales religiosos y políticos, amén de sus propiedades medicinales. Se consideraba el constituyente más valioso, raro y apreciado en ofrendas ceremoniales.

Sumhuram era una ciudad fortificada, dotada de templos, almacenes, depósitos y barrios residenciales, ubicada en lo alto de un acantilado que aún hoy vierte en una laguna de agua dulce, alimentada por un río que recoge el agua de las cascadas de las montañas circundantes, visibles desde la ciudad, que caen abruptamente cuando los monzones. Una estrecha franja de arena separa la laguna del mar Índico. 

El puerto, al pie de la ciudad alta, gozaba de una singular protección natural: dos altísimos diques, paralelos al mar, a lado y lado de la laguna. No cabe esperar un emplazamiento natural más oportuno para un puerto, tan bien defendido como abierto. 

Desde alta mar, la ciudad se perfilaba sobre el acantilado que destacaba sobre la línea baja de la costa, de manera parecida al acrópolis ateniense. Algunos templos fuera del recinto amurallado protegían mágicamente el conjunto.

El acceso por tierra se realizaba a través de un núcleo laberíntico defendido por torres, y el intercambio de bienes entre la ciudad y el puerto se producía  a través de una estrecha y discreta puerta a la que se accedía por un angosto sendero trazado en la pared vertical rocosa, prácticamente inatacable. 

Anchas calles empedradas, entre altos muros conducían al centro de la ciudad donde se emplazaba el templo principal, que debería dominar el perfil de la ciudad, y una construcción al aire libre, de uso incierto, aunque posiblemente cultual, semejante a un pozo dotado de lo que podría ser un estanque, quizá al servicio del templo.

Sumhuram era una ciudad donde la economía se daba de la mano del poder real y de la religión. El nombre de la urbe significa Su nombre está en lo alto: el nombre de la divinidad principal de la ciudad, y seguramente de un poderoso rey que quizá fundara la ciudad en el siglo III aC.

En cualquier caso, el intenso tráfico marítimo entre el Mediterráneo, el Mar Rojo, el océano Índico y el mar de China, en la antigüedad, que a veces olvidamos en Europa occidental, pese a la importancia política que tuvo para el imperio romano y posteriormente el imperio bizantino, y las relaciones con reinos e imperios de Extremo Oriente, se organizó desde un puerto central, Sumhuram, cuyo tráfico controlaban los Nabateos, ubicados en el desierto arábigo, que también negociaban con los Ptolomeos en Egipto, y Roma, republicana y luego imperial. 

Sumhuram ofrece una visión más compleja y completa de la historia antigua, de las relaciones comerciales y políticas fuera del ámbito mediterráneo que solemos percibir como un todo desligado de una red de relaciones entre Eurasia y África.