Fotos: Tocho, junio de 2025
La ciudad industrial y portuaria holandesa de Rotterdam quedó arrasada por los bombardeos alemanes durante la Segunda Guerra mundial.
Entre los escasos edificios, hoy de cierta edad, que sobrevivieron, maltrechos y abandonados, destaca, en medio de un jardín, una villa racionalista aislada cúbica, un tanto anónima exteriormente, pero con estancias interiores generosas y perfecta y lujosamente amuebladas con piezas art deco y racionalistas (sillones tubulares y mesitas de vidrio y patas cromadas) bien iluminadas por ventanas corridas dormitorios recoletos y salones casi de baile -proyectados, en efecto, para ser usados con este fin-, restaurada y convertida en un museo entre 2001 y 2013.
Como la mayoría de las villas racionalistas, en manos de industriales potentados -el propietario,Albertus Sonneveld, era el director de la fábrica de café Van Nelle (Holanda fue una potencia colonial), proyectada por los mismos arquitectos-, destaca la perfecta e implacable organización interior en dos bloques separados, distribuidos, encajados para no encontrarse, la zona del “servicio” -alojado en la casa-, con pequeñas habitaciones, cocina, lavandería y garaje para un potente vehículo, unidos por una angosta escalera de caracol -una tradición que se remonta por lo menos al siglo de oro holandés: ya el servicio de la casa de Rembrandt dormía en la cocina, aislada del resto de la vivienda- y la amplia zona de los propietarios distribuida en dos generosas plantas y la terraza, en la que destacan los amplios baños a los que se accede desde distintas habitaciones, la sensual y elegante espiral de la escalera de caracol y los estridentes colores de los dormitorios escogidos por los usuarios. El imperioso racionalismo no se rebajaba con el humanismo.






































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