lunes, 24 de mayo de 2010

Lengua y etnia: una lección del mundo antiguo


Los pueblos con una lengua extraña, sin parecido con ninguna otra, que no pertenecen a ningún grupo, indescifrables o aún mal conocidas, fascinan. Se supone que provienen de algún remoto e ignoto paraje, con un bagaje cultural, una visión del mundo propia e impenetrable (a veces considerada incluso superior), para invadir la tierra en la que, milenios más tarde, los restos de su presencia son desenterrados.

Tal es el caso de los sumerios y los etruscos, entre otros.
Los sumerios, asentados en el delta del Tigris y el Eúfrates (en lo que es hoy el sur de Irak), entre finales del V milenio y finales del III aC, hablando una lengua desconocida y aún hoy no enteramente descifrada.
Por su parte, los etruscos, cuya lengua, que resiste todas las tentativas interpretativas, es tan distinta de la que hablaban el resto de los pueblos itálicos (y nio digamos de los romanos), que se supone, como algunos historiadores romanos ya sostenían, que habrían venido de algún lugar desconocido de Asia, asentándose, a principios del I milenio aC, en las ricas llanuras toscanas y padanas.

Esta visión supone que lenguas distintas pertenecen a pueblos, es decir a etnias distintas, que ocupan un espacio propio.

Desde hace unos años, algunos estudiosos han propuesto -y esta visión es mayoritariamente compartida hoy- que la asociación entre lengua, etnia y territorio es una construcción europea decimonónica que refleja lo que algunos políticos e intelectuales europeos desde el siglo XIX defienden: la división de Europa y del mundo en estados étnica y linguisticamente puros, aferrados a una tierra que consideran suya, es decir, perteneciente, desde la noche de los tiempos, a sus antepasados. Una visión que también impera en el Próximo Oriente (Israel, especialmente), determinada precisamente por teóricos europeos de hace dos siglos.

Por el contrario, estudiosos como Piotr Michalowski o Gonzalo Rubio, sobre todo norteamericanos (pero esta visión la comparten los grandes sumerólogos europeos y españoles en particular) -opuestos a esta visión reduccionista y depuradora- sostienen que la relación entre lengua, etnia y territorio es falsa: es una construcción (un sueño -o una pesadilla-) forjada hace dos siglos, como proyección de los sueños purificadores, a sangre y fuego, como aún lo vivimos, de los nacientes estados europeos e impuestos por europeos en el mundo colonial tras la Revolución Francesa.

En concreto, no habrían existido dos pueblos enfrentados en el sur de Irak (donde, hoy, las diferencias son de orden religioso y étnico pero no lingüístico, como en Europa o en el sur de Irán), sino poblaciones que ocupaban territorios sin fronteras aún bien definidas y que eran bilingües. Hablaban indiferentemente acadio (una lengua semita) y sumerio (una lengua tan distinta, no entroncada con ningún grupo lingüistico conocido, como el vasco con respecto al español y cualquier lengua latina).
No existieron, entonces, sumerios y acadios. La historia no refleja un primer dominio de los sumerios (o del sumerio) reemplazado(s) por los acadios (o el acadio), situados o hablado más al norte, lejos ya del delta, sino que unos mismas personas, en la que se hallaban poblaciones "auctóctonas" (que no tienen que ser vistas como enraizadas eternamente en un emplazamiento o una tierra dado, sino llegadas a este sitio desde hace más tiempo -todos venimos de África, y no hace tanto tiempo-) y poblaciones emigradas recientemente: una mezcla de gentes, de aquí y de allí, atraídas por la riqueza piscícola, de la tierra y la caza, de las marismas; gentes bilingües, que hablaban, indistintamente, acadio y sumerio: lenguas muy distintas, obviamente, que posiblemente reflejasen una percepción del mundo diversa, pero compartida por todos. Eso no significa que todos conocieran el sumerio y el acadio (el sumerio fuera, quizá, una lengua de las élites letradas), pero el dominio de una u otra lengia no implicaba ni la pertenencia a una etnia distinta ni la posesión de o el aferramiento a una tierra dada. Las poblaciones eran aún semi-nómadas, las ciudades dominaban territorios en los que el pastoreo y el paso de caravanas era habitual, y hablaban dos o más idiomas.
¿Por qué? ¿Cómo se originaron estas lenguas, tan distintas? Sin duda las causas se remontan al paleolítico, quizá a los orígenes mismos de la humanidad. Ya los hombres de la antigüedad se interrogaron sobre la diversidad de las lenguas, vista más como una maldición que como una riqueza o un signo identidario. Es posible que no pueda dar una respuesta a este problema, quizá un falso problema, o un tema al que es inútil acercarse (quizá porque acabemos viéndonos reflejados). Cabe preguntarse si las lenguas, que comunican una visión del mundo de un modo dado, fueran empleadas según lo que se percibiera y se quisiera comunicar. Percepciones y transmisiones de perceptos y conceptos que cualquiera podía tener y emprender, sin que dichas acciones supusieran el entronque con una tribu ni el dominio de una parcela del mundo. "Sumerios" y "acadios" no veían el mundo de manera distinta, porque no existían sumerios ni acadios, sino solo poblaciones sureñas que, en función de lo que querían comunicar, recurrían al sumerio o al acadio, instrumentos que les permitían relacionarse con el mundo y los demás de un determinado modo.
En efecto, lo que parece cada vez más cierto es que sumerio y acadio eran lenguas habladas por unas mismas personas, que no se sentían sumerias no acadias, no se sentían diferentes ni tuvieron que marcar con sangre en el territorio, la tierra, dichas inexistentes diferencias.

La historia, ¿es siempre un avance glorioso hacia el conocimiento y el desprendimiento de prejuicios? ¿Hemos "avanzado" con respecto a "los" sumerios?

Esta es la historia que una próxima exposición sobre "los sumerios" o el arte y la cultura "sumeria", en Caixaforum (Madrid y Barcelona, 2012-2013) contará.

sábado, 22 de mayo de 2010

(La pervivencia de los mitos): Melania Trump, una arquitecta modelo














Los mitos siguen inspirando nuestra vida.

Como Dédalo, el patrón de los arquitectos, en la Grecia antigua y en la Edad Media, Melania Trump es arquitecta y orfebre.

Apolo, dios de la arquitectura, empuñando la lira, preside, desde una pintura regalada un artista contemporáneo (todos le regalan pinturas), la escalera de caracol que asciende hacia las estancias de la última planta.

A su hogar -como si del palacio que Santo Tomás, el patrón de los arquitectos, levantó sobre las nubes para el rey de la India- situado en lo alto de una torre, se puede llegar por los aires, en un simple helicóptero. La propia Melania no camina, sino que vuela. Los arquitectos, siempre en lo alto.

El carácter aéreo del hogar se acentúa por la imagen de un ángel anunciador, en el techo de la sala central, que, cual Hermes (el dios griego de las vías de comunicación, que indicaba la senda correcta desde y hacia el hogar, y se desplazaba siempre por los aires), conecta la casa con el cielo, copiado de los frescos de Miguel Ángel para la Capilla Sixtina -aunque parece una copia de Tiépolo: mas, ¿qué hogar no tiene sus misterios?)

Melania Trump conoce los valores del hogar: su hijo, el rey de la casa, cabalga sobre un león, el rey de la selva. León domesticado, que simboliza la fuerza civilizatoria del espacio doméstico.

Como un artesano cuidadoso, Melania solo utiliza lápices de colores (rojo, naranja, amarillo, azul celeste: los colores básicos) para proyectar sus joyas, incansablemente, veinticuatro horas al día, los siete días de la semana.

Pero sabe que la vida es fugaz. Por eso, quizá, siempre tiene maletas de Louis Vuitton listas en el dormitorio, y un ejemplar encuadernado en piel de la Feria de las Vanidades (Vanity Fair) en la mesita de cristal del salón.

Como en todo hogar moderno, aplica el lema de Mies van der Rohe: menos es más. Amplias estancias, monocromáticas (el oro es lo único que recubre los muros), casi vacías de muebles.

El oro y los espejos: que el brillo es evanescente y engañoso, el mundo transitorio.

Melania Trump: una modelo para cualquier arquitecta moderna

http://www.melaniatrump.com/

En su web suena la 6a sinfonía, la Pastoral, de Beethoven: toda una evocación del Edén que el hogar en las alturas simboliza

PS: Debemos a Mónica Gili el descubrimiento de la diosa de la arquitectura

viernes, 21 de mayo de 2010

Robert Frank: Cocksucker Blues (1972)
























http://es.wikipedia.org/wiki/Robert_Frank

http://en.wikipedia.org/wiki/Cocksucker_Blues


¿El perfecto documental sobre la vida urbana, del fotógrafo Robert Frank? La película sigue estando prohibida en cines comerciales

jueves, 20 de mayo de 2010