El taller chileno de Pezo y Ellrichshausen acaba de concluir la primera vivienda. Los límites del solar no se distinguen. Se llega desde la carretera comarcal entre Cretas y Arnes, por un camino de tierra y grava que desemboca en una pequeña superficie cubierta de hormigón, a un lado de un olivo centenario, desde la cual arranca una estrecha escalera de hormigón, aferrada a la tierra, que asciende hasta perderse tras los árboles.
A lo lejos, el pueblo de Arnés, de piedra clara, acurrucado a los pies de la torre de la iglesia.
A medida que uno se aproxima por el camino, se divisa de pronto, desde muy lejos, entre la neblina cogida sobre las copas de los árboles, una caja de vidrio y hormigón, casi invisible, que flota sobre el bosque, como un insólito cuerpo transparente; la visión -se trata, en efecto, de una visión verdadera, cuando el sol juega con los cristales que apenas se intuyen, visión fantasmagórica, como la de un célebre gato; los cristales reflejan el azul-gris del cielo y se diluyen en él- se pierde tras unos pocos metros, debido al camino que zigzaguea y los árboles en primer término.
La escalera de hormigón apunta hacia una torre cuadrada de hormigón que se confunde con los troncos. por fin se descubre el conjunto: una nave varada sobre un alto podio, con dos estrechas puertas de acceso en lo alto de dos angostos tramos de escalera que arrancan del camino escalonado, que se destaca contra la colina.
Desde lo alto de ésta, la casa vuelve a desaparecer: la cubierta en la que crecen plantas arotáticas y matorrales se confunde con las laderas circundantes.
La casa es grande; más de lo que parece, posiblemente; pero apenas se descubre.
Casa extraña; no parece una casa soportada por un grueso pilar, algo así como una casa suspendida de un árbol, sino que se diría, tal es la impresión de continuidad entre el núcleo sustentante y la casa voladora, que el edificio era un único bloque imponente, los lados de cuya base hubieran sido lentamente roídos por el tiempo o el agua, hasta dejar aquélla reducida a un pilar central. La casa tampoco parece elevarse por encima de los árboles; la casa parece existir desde siempre, esculpida por el tiempo -más antigua que el bosque-, el tiempo que los árboles han ido creciendo hasta envolver a la casa, alcanzando casi la techumbre.
Casa solitaria, entre el castillo y la celda, de acceso difícil, al final de un ascenso empinado. Apenas se apoya en el suelo; el bosque se descubre por entre los voladizos.
Casa ideal: otea sin ser vista.
Posiblemente una de las casas más ariscas y hermosas en Cataluña, hoy, por unos jóvenes arquitectos desconocidos para mí.
Entrevista a los arquitectos por parte de Felipe de Ferrari (300tv): http://vimeo.com/63604937
Véase también: http://ggili.com/es/tienda/productos/2g-n-61-pezo-von-ellrichshausen?taxon_id=542
http://noticias.arq.com.mx/Detalles/15675.html#.Ux4xK_ldWag
ResponderEliminarESTA NO ESTABA MAL, por cierto
¡Parece incluso mejor que la de Cretas, al menos en fotos.
EliminarClaro que ésta supongo que solo es apta para gente con sólidas piernas para desplazarse por tan larga escalera, pese a que los peldaños son muy cómodos. Pero no me imagino qué debe de ocurrir, y qué improperios se deben de soltar, cuando llegas a casa y descubres que te has olvidado la sal....
eso no lo ví en tu elegía, mmhh...
EliminarLos improperios los solté yo sacando la lengua ascendiendo alegremente al principio....
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