Un jovén artista francés de finales del siglo XVIII, Louis-François Cassas, emprendió dos viajes de estudio: a Italia, primeramente, como se solía hacer, y un segundo por los territorios del imperio otomano -lo que contradice en parte la supuesta cerrazón de la Sublime Puerta- gracias a la ayuda del embajador del rey francés Luis XVI ante el sultán. Estuvo treinta y cuatro días dibujando sin cesar en Palmira, deslumbrado, para un gran álbum con grabados sobre las tierras del imperio otomano editado por el propio embajador. Voyage pittoresque de la Syrie, de la Phénicie, de la Palestine et de la Basse-Égypte, 1799, interrumpido por la publicación de la célebre Descripción de Egipto que inició el fervor por la cultura faraónica. De regreso a Roma, Cassas coloreó algunos dibujos.
Éstos nos muestran las ruinas de Palmira que ya no son: no existen así porque fueron restauradas en los años sesenta del siglo pasado, y porque el Estado Islámico ha hecho saltar por los aires varios monumentos, también dañados por los bombardeos rusos y la guerra civil.
Una exposición en el Museo de Bellas Artes de la ciudad francesa de Tours, de donde era nativo Cassas, recuerda esta obra (tristemente) fascinante.
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