En la guerra de Troya no luchaban solo aqueos contra troyanos. También en cada bando los héroes competían entre sí para demostrar quien era el más valeroso y audaz, capaz de matar el mayor número de enemigos, con la protección o el permiso de alguna divinidad, pero sin la ayuda de ningún compañero.
Los ejércitos griego y troyano estaban compuestos únicamente de individualidades que luchaban para su único prestigio. Si Aquiles se hubiera preocupado por la suerte de sus iguales, hubiera renunciado a su enfado para con Agamenón (quien se había quedado con la parte del botín que le correspondía a Aquiles), y hubiera vuelto al combate en un momento en que los troyanos ya acorralaban a los aqueos.
Sin embargo, en medio de esta pelea de gallos que fue la guerra de Troya, sobresalieron situaciones durante las cuáles los héroes se olvidaron de su fama y decidieron poner sus fuerzas al servicio de una noble y ajena causa: la "salvación" del alma de Patroclo, necesitada de todos las energías que se le pudieran brindar para sortear el abismo que media entre el mundo de los vivos y el sombrío reino de los muertos.
Aquiles organizó unos juegos en honor de Patroclo. Mandó que sacrificaran animales y humanos. Y que sus iguales, los héroes junto a los que había combatido (y volvería a competir hasta su muerte) compitieran voluntariamente entre ellos a fin que el esfuerzo, la fuerza, la energía entregadas animaran la sombra del difunto.
Es cierto que cada héroe iba a luchar para la gloria que la victoria en el deporte concede; pero también se entregaría para ayudar al espectro de Patroclo.
Los contendientes competirían por parejas, o en grupos. Recurrirían a las armas y tendrían, en ocasiones, que herir al contrincante a fin que la sangre vertida alimente al difunto. Pero no tenían que matarse. De hecho, en varias ocasiones, Aquiles paró la contienda para salvar a sus iguales.
Poco antes del final de los juegos, Aquiles solicitó un último esfuerzo:
"Aquiles.- Levantaos los que hayáis de entrar en esta lucha.
Así habló. Alzóse en seguida el gran Ayante Telamonio y luego el ingenioso Ulises, fecundo en ardides. Puesto el ceñidor, fueron a encontrase en medio del circo y se cogieron con los robustos brazos como se enlazan las vigas que un ilustra artífice une, al construir alto palacio, para que resistan el embate de los vientos. Sus espaldas crujían, estrechadas fuertemente por los vigorosos brazos..." (Rapsodia XXIII)
Ulises y Ayante Telamonio luchaban cuerpo a cuerpo. Sus miembros se unían como la estructura de un edificio. Sus cuerpos unidos alzaban una construcción. La metáfora arquitectónica, en este caso, expresaba que los ligámenes que los unían eran sólidos y flexibles. Ulises y Ayante estaban unidos, no solo porque competían, sino porque eran iguales y, siendo iguales, se olvidaban de sus individualidades para unirse en una tarea común, un esfuerzo común en favor de un igual a ellos, un miembro de la comunidad que los aqueos constituían.
La arquitectura, en este caso, expresaba los valores de la comunidad: dos héroes abandonaban su reserva y aceptaban luchar en favor de un tercero. Pertenecían a una misma casa, y la casa que levantaban era el testimonio del respecto que concedían a los valores de la vida en común -respeto tan difícil de lograr ya que se trataba de héroes para los que solo contaban las hazañas individuales.
La arquitectura construye casas: es decir comunidades al servicio de las cuales los humanos se entregan o se entregaban apasionadamente.
Esto ocurría cuando las comunidades -y las casas- tenían un tamaño "humano". Hoy babeles apuntan directamente al cielo.
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