lunes, 15 de febrero de 2010

Wally



Para los menores de treinta años, Luis Roldán debe ser un perfecto desconocido. Sin embargo, en los años noventa del siglo pasado, fue uno de las figuras que más contribuyó al descrédito del último gobierno socialista de Felipe González, segado desde hacía años por múltiples y crecientes escándalos políticos y financieros.


Roldán fue director de la Guardia Civil, amasó una fortuna en bienes muebles e inmuebles y, cuando, denunciado y descubierto, iba a ser detenido, logró huir rocambolescamente de España, desapareciendo durante meses. Nadie sabía dónde se hallaba.


Los periódicos anunciaban ayer que, tras quince años en la cárcel, iba a ser puesto en libertad próximamente.


Recordé entonces una curiosa anécdota. Quizá confunda los detalles pero creo que sí me acuerdo de lo fundamental.


Aconteció hace unos quince años. Debía de ser a principios del verano. Como cada año, un grupo de amigos nos reunimos en una casa de verano para pasar un fin de semana.


Mientras estábamos preparando la cena, hacia las siete de la tarde, sonó el teléfono. Era un familiar de uno de nosotros. Quería contarle un hecho muy extraño: acababa de recibir la llamada de otro familiar, que hacía tiempo vivía en el extranjero, pero que estaba muy al corriente de lo que acontecía en España.


Esta persona había desembarcado en un puerto africano. El barco en el que había viajado había vuelto a partir. Navegaría durante días o semanas sin atracar en ningún puerto. Su destino era Ciudad del Cabo. Aquel familiar había reconocido a un pasajero cuya fotografía llevaba meses publicándose en los periódicos: Luis Roldán. Éste no iba ni siquiera disfrazado.


Toda vez que el barco iba a bogar durante días sin detenerse -con Roldán a bordo-, aquel familiar había llamdo a sus parientes españoles para ver qué se podía hacer y a quién podían comunicar esta noticia.


La mayoría trabajábamos en la administración pública. No se sabía cómo entrar en contacto con la presidencia del gobierno, y se dudada de donde se habría podido llamar en Madrid.


Se optó por comunicarse con personas públicas de Barcelona. Creo recordar que se celebraba un acto del PSC, por lo que no se pudo contactar directamente con algún cargo. Se dejó un mensaje, me parece recordar y, en una llamada posterior, se pudo contar lo que había ocurrido.


Nos sentíamos raros. Hacía meses que Roldán, un fugado de la justicia, era buscado por todo el mundo, y nos habíamos enterado dónde se hallaba supuestamente.


Nos pusimos a cenar no sin dejar de pensar en lo que había acontecido.


Al día siguiente, los periódicos no publicaron nada. La prensa de los días, las semanas siguientes, no se refirieron a este incidente. Supusimos que hasta que el barco no atracara en Ciudad del Cabo, semanas más tarde, no sabríamos nada. También era posible que aquel pasajero no fuera Roldán. Que todo un error.


Poco antes o poco después de su detención, en no sé qué lejano país, ed diario El Mundo publicó una breve noticia: no bien un barco (un carguero, creo) atracó en La Ciudad del Cabo, la policía subió a bordo e impidió que nadie descendiese. Inició una búsqueda por todos los recovecos de la nave. Luis Roldán no estaba entre los pasajeros.


El navío no había cesado de navegar hasta llegar a Sudáfrica. Roldán tuvo que escapar en alta mar, seguramente en un bote salvavidas. Alguien le habría avisado a tiempo que había sido reconocido e iba a ser detenido.


Supusimos que, en algún momento, la comunicación, que iniciamos, fue interceptada; la noticia filtrada. Nunca supimos dónde, cuándo y por quién: ¿en o por la Guardia Civil?; ¿la policía?; ¿las administraciones locales, autonómicas o nacionales?


Volvamos a la arquitectura. Es más seguro.




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