domingo, 26 de mayo de 2013

Higia, la diosa de la buena salud de la ciudad griega y latina









Varias estatuas romanas de Higia, de mármol, de tamaño variable (entre 50 y 120 cm de alto), Museo de las Civilizaciones Anatólicas, Ankara (Turquía)
Foto: Tocho, mayo de 2013

El ágora griega era el lugar dónde la ciudad (la "polis") exhibía sus valores y virtudes. Las divinidades protectoras, por un lado (Fortuna, Hestia), que simbolizaban la suerte y la vitalidad de la ciudad; las personificaciones de los dones que la ciudad exigía, como Peito, la Persuasión, imprescindible para establecer un clima de diálogo en el espacio común del ágora; y las figuraciones de los beneficios que la ciudad aportaba, como Eirene -la Paz-, o Higia -la Salud-, solían exhibirse en el centro cívico y religioso de la ciudad -el ágora-, y, en ocasiones, en el recinto exclusivamente sagrado -el acrópolis-.

Una de los valores divinizados más importantes era Higia. Se trataba de la Salud encarnada. Higia era hija, esposa o hermana de Asclepio (o Esculapio, en Roma), el dios de la medicina y de las medidas correctas para que reine la salud y la armonía: de ahí que Higia se representara dando de beber a una serpiente, la personificación de la larga vida, puesto que las serpientes mudan de piel anualmente y se diría que renacen, dejando atrás todo lo que, como la piel reseca o muerta, evocara el peso de los años. Higia era, por tanto, nieta de Apolo, el dios de la arquitectura, y de cuantas artes, como la música y la poesía, pacificaban o aquietaban el alma, lo que redundaba en el bienestar -el estar agradable, el asentamiento deseable- de los humanos y de la comunidad.

Según algún autor tardío, como Proclo, Higia era hija de Eros (la innata vitalidad que perseguía la prosecución o reproducción de la vida y el bien, de las bondades de la vida verdadera y plena, según la tardía concepción del Eros neoplatónico), y de Peitho, la diosa de la Persuasión, de la palabra convincente, gracias a la cual se suavizaban o se superaban diferencias, y se establecían pactos de buena vecindad.

Higia era tanto una diosa cuanto el atributo de una divinidad. Así, en Atenas, desde que la peste que asoló la ciudad en 420 aC se extinguiera, se rendía culto tanto a Higia -una de las doce divinidades asentada en el gran altar de los doce dioses en el ágora- cuanto a Atenea Higieia (dos divinidades que acabaron asociadas aunque nunca confundidas). La diosa protectora de la ciudad de Atenas velaba, obviamente, por el equilibrio físico y moral de los ciudadanos; la locura, que la barbarie trae y simboliza, quedaba anulada gracias a la pacificadora acción de Higia.

Un himno órfico cantaba a Higia como la "diosa madre de todos". Ningún hogar, se decía, podía prosperar sin su presencia. Es muy posible que, por esta razón, en Roma, Higia se asociara a Bona Dea, la diosa de los espacios domésticos, que cuidaba, sin salir nunca al exterior, de la paz de cada hogar, y presidiera el altar del templo de Concordia -otra personificación de las virtudes que el diálogo y el acuerdo comunitario traía.

De la salud física y mental, Higia acabó por ser adorada como la divinidad que protegía, como una sólida muralla, de cuantos peligros la vida en la tierra, fuera del próspero ámbito civil de la ciudad, acarreaba. De algún modo, Higia encarnaba los valores urbanos allí dónde se hallara o se la invocara.

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