Las autoridades municipales de la pequeña ciudad del sur de Iraq, Nasiriyah, al borde del río Eúfrates, cercana a las marismas del delta, han decretado, con motivo de un concurso de arquitectura, que los arquitectos españoles estaban proscritos.
Cuatro españoles nos alojamos en esta ciudad a finales de 2011. Las medidas de seguridad, a cargo del gobierno iraqui, parecían excesivas. No nos dejaban a sol y sombra.
Hoy, quizá, se entienda ese temor.
Nasiriyah albergó una base española durante la invasión de 2003. Un año más tarde, el nuevo gobierno español decretó la retirada de las tropas. Los soldados partieron. Quedaron legionarios. Toda la misión había estado amenazada durante la ocupación y sufrido atentados. Ahora que ésta llegaba a su fin, cuentan las autoridades iraquíes, se habría ido de casa en casa, de puerta en puerta, y se habría ejecutado, con un tiro en la frente, a iraquies que, supuestamente o no, habían asediado a las tropas españolas. ¿Infundio? ¿Verdad? En España algunos no sabemos nada. Quizá nunca sepamos la verdad.
El gobierno español había proclamado la bondad de la presencia española, puesto que no había entrado en combate. ¿Qué responsabilidad tiene el gobierno actual, cuyos miembros pertenecen al mismo partido al que estaban adscritos los ministros y el presidente por el aquel entonces? Algunos de los dirigentes hoy ya gobernaban en 2004.
Silencio.
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