miércoles, 25 de diciembre de 2013

La primera iconografía de Cristo (ss. III-IV)



El Buen Pastor, s. III, Walters Art Museum, Baltimore



Sarcófago romano con Cristo como filósofo, s. IV, Arles, Museo del Arles antiguo




El Buen Pastor, s. IV, Arles, Museo del Arles antiguo




 Cristo como filósofo, s. III, arles, Museo del arles antiguo




Cristo como filósofo, s. IV, Arles, Museo del Arles antiguo

Fotos: Tocho, 2013



El Buen pastor, s. IV, Fundación Medinacelli (incluido en la muestra Mediterráneo. Del mito a la razón)



El Buen Pastor, s. IV, Museo de Almería


Cristo filósofo, o Cristo sedente, s. III, Roma, Museo Nacional Romano


El Buen Pastor, s. III, Ciudad del Vaticano, Museo Pío Clementino

Cristo se distingue del resto de las divinidades redentoras aparecidas en el Imperio romano oriental tardío porque se inserta en la tradición judía, según la cual un Mesías –un Rey- vendría para instaurar el reino de Yahvé, mientras que aquéllas se alimentan de la cultura griega o helenística. Cierto es, sin embargo, que la figura divina de Cristo, una nueva divinidad, fue definida por Pablo y por el autor o los autores del Evangelio de Juan, a finales del siglo primero, ambos formados en- o conocedores del- neoplatonismo.  Si, por un lado, mitos como los de los trabajos de Heracles pudieron influir en la composición de la leyenda de Cristo,  la familiaridad de estos mitos por parte de pensadores  estoicos y neoplatónicos acaso facilitara la recepción y aceptación de una historia judía en el Imperio romano fuertemente helenizado.
La tradición judía proscribía la representación antropomórfica, sobre todo de divinidades, al igual que el neoplatonismo que postulada la existencia de una divinidad invisible y posiblemente no humana. La doble condición mortal e inmortal de Cristo solía causar un problema en Oriente, por lo que se tendió a prescribir la superioridad –o la única “existencia”- de la condición divina; la representación “humana” de Cristo se volvía, así, problemática. Sin embargo, en Occidente, donde la humanidad de Cristo era mejor aceptada –que fuera una persona era teológicamente asumible-, y, por tanto, también su forma antropomórfica, la imagen plástica de Cristo, preferentemente joven, vestido con una toga o una túnica, se construyó a partir de modelos paganos de la tradición de dioses “tradicionales”, olímpicos o capitolinos: dioses y héroes cuyas acciones podían asemejarse a las de Cristo, como las de Prometeo –creador y educador de los seres humanos-, Hermes como Buen Pastor –cuya faceta de divinidad “psicopompa” o guía de las almas también ayudaba a la equiparación-, Apolo, que guiaba a los colonos hasta la tierra prometida, Orfeo, que amansaba las fieras, Mitra, dando su sangre para salvar a sus fieles, y Hércules, liberador de peligros, principalmente. Las figuras modélicas de Serapis y de Zeus, dioses adultos y barbados, también fueron empleadas.
 Las primeras representaciones de Cristo, sobre todo a partir de Constantino, a principios del s. IV, insistían en su faceta de guía o buen pastor (una iconografía que se remontaba más allá de Grecia, hasta Mesopotamia, y que quizá figurara al dios Enki o a sus fieles), y de educador, filósofo o juez.   
La imagen estuvo asociada al mundo funerario, no por la condena, la tortura y la muerte de Cristo, que solo aparecerá en la alta Edad Media (las primeras serían del s. V), sino por la capacidad de Cristo de conducir el alma al más allá, o de educarla o iluminarla.

La victoria de Cristo sobre la muerte, liberando al ser humano de su imperio, se tradujo  también por efigies de Cristo en majestad, inspiradas en las estatuas de los emperadores divinizados.

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