El arquitecto murió antes de completar la grandiosa obra. El promotor tampoco vivió lo suficiente para poder disfrutar del edificio y del entorno en su totalidad.
No era extraño. El proyecto original era desmesurado, a la altura de las ambiciones del promotor, el arquitecto y la propia ciudad. Se extendía por uno de los extremos de la urbe. Algunas partes habrían requerido el arrasamiento de barrios enteros, la construcción de puentes y el soterramiento de vías. Desde lo lejos, mucho antes de llegar a la ciudad, se habrían divisado los pináculos dorados. Se habría erigido en el corazón de la ciudad, sometiéndola. Toda ella se habría volcado hacia el gigantesco edificio, un mecanismo que habría regido la vida urbana. Habría sido el verdadero santuario de la urbe. Las críticas no habrían sido toleradas. Era un regalo que el promotor ofrendada a la ciudad. Es cierto que se habría tratado de un obra privada, construida a costa del espacio público y hubiera constreñido el crecimiento armónico de la ciudad. Mas estos inconvenientes habrían empalidecido ante la magnificencia de la Magna Obra. Desde los confines del mundo, seres humanos extraños, de ojos rasgados, habrían acudido para contemplar semejante construcción, con la que nada, a todas luces, habría podido compararse. Hasta el cielo habría enmudecido ante la fuerza de las torres y la amplitud de las bóvedas, rivales de la bóveda celestial. Ninguna otra creación humana, antes y desde entonces, habría podido comparase con este sueño materializado.
El patrocinador privado falleció antes de tiempo, sin embargo. Nerón no pudo tomar posesión nunca del palacio y santuario que los arquitectos Celer y Severo, que también fallecieron antes de que la construcción finalizara, le habían proyectado.
La Domus Áurea (o Casa Dorada) neroniana, edificada a los pies del Palatino, extendiéndose por todo el valle en el que se inscribía el foro republicano, habría sido la octava maravilla del mundo. Un palacio y un santuario, de gusto oriental, sin parangón. La austeridad y contención del palacio de Augusto en lo alto del Palatino, habría enmudecido. Roma, ni el mundo civilizado o conocido, habrían visto nada semejante.
Tras el suicidio de Nerón, las obras se interrumpieron. Años más tarde, y tras un incendio, el palacio fue abandonado. La memoria de Nerón dejaba un sabor demasiado amargo.
Hoy, los restos del palacio aun asombran. Solo hay que pensar que sobre uno de los estanques de los jardines se levantó el Coliseo.
Sería una pena que no se pudiera disfrutar de la obra completa, ahora que se conoce la extensión, el alcance y la forma del proyecto original.. Es cierto que habría que arrasar el centro de Roma y desplazar miles de habitantes.
Mas Roma, ¿no es una ciudad eterna? ¿A quien le podría parecer un proyecto frívolo, gratuito o absurdo? o, incluso peor, ¿innecesario?
Algún lector, acaso, ¿pensaba que la primera parte del texto se refería a la prosecución y finalización de las obras de la Sagrada Familia "de" Gaudí, en Barcelona?
Hombres de poca fe.
lunes, 23 de diciembre de 2013
La Sagrada Familia, y uno más
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario