domingo, 29 de septiembre de 2024

Perdón

 Como la palabra lo indica, el perdón no se pide sino que se concede:  se da a alguien: per-donare, en latín.

El perdón es una gracia que se otorga. Es una falta pedirlo. Los regalos, las venias no se piden. Dejan de ser gracias. Quien lo concede actúa con plena libertad, desinteresadamente. La concesión bajo demanda o presión anula la bondad de la concesión.

El perdón que se brinda es personal. La persona afectada por una acción hostil, un daño recibido, libra de la culpa a quien lo ha cometido, lavando la falta. Ésta no se anula; son sus efectos los que se consideran pasados. Remiten. Éstos no son irrelevantes. Pero se decretan que ya no nos afectan. Perdonar no conlleva el olvido del daño recibido. Pero anula el efecto pernicioso que enturbia una relación personal. Pues la relación que se había roto se restablece con la absolución gracias a la que remite el alcance del daño recibido.

Solo los dioses pueden perdonar las faltas cometidas por personas que no las han cometido personalmente, sino que son personas herederas de quienes las han causado. Cristo perdonó a quienes le arrestaron, le enjuiciaron, le torturaron y le ejecutaron. Pero este perdón era de alcance limitado: el alcance del perdón humano. La grandeza del perdón divino es que alcanza las faltas no cometidas por quienes reciben el perdón, faltas que cometieron otros, y faltas que otros cometerán; faltas cuyos efectos han pasado o aún no se han producido. El perdón mas grande, magnánimo y magnificente,  porque más incomprensible, es que se otorga a las faltas que aún no se han cometido, a sabiendas que se cometerán. Sus efectos se neutralizan de antemano. Quien perdona considera que no será agraviado. Libera de la culpa por el daño que se causará. 

El perdón es una gracia. Y la gracia es una manera de mostrarse agradable. La ira, la venganza, el rencor, la agresividad, la mirada torva desaparecen con la gracia -que restablece los contactos. La gracia, la medida de gracia no se suplica. Se otorga. Los recuerdos de los males cometidos ya no enturbiarán las relaciones personales. Pedir perdón es una falta, y una petición sin sentido. Revela cobardía porque implica la no asunción de la falta cometida, que solo puede ser neutraliza por el afectado cuando, graciosamente, otorga el perdón. 

El agraviado perdona. Y perdona a quien no pide perdón, puesto que pedirlo es una falta que invalida la gracia de quien lo concede, quien no puede concederlo porque su libertad ha sido coartada.

La perdón es una muestra de generosidad. Permite que el agraciado reviva. Puede regenerarse, volver a levantarse. La generosidad siempre se aplica a contrapelo, cuando no se la espera. Toma por sorpresa y echa luz. La generosidad tampoco se pide. Todo lo más se espera en silencio. Es un acto meritorio. Pero nadie está obligado físicamente a ser generoso. Es una obligación moral que cada uno se impone a sí mismo, y que no puede responder a ninguna petición. La generosidad como respuesta, para acallar la voz que pide, ya no es una muestra de generosidad, sino de transacción comercial.

Quizá pudiéramos perdonar a ciertos representantes porque no saben lo que dicen. 

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