Preguntarse si estamos en casa o la casa está en nosotros puede ser, en estos inciertos tiempos de reclusión, un acertijo sarcástico.
Sin embargo, dicha cuestión se la planteó el filósofo francés, atento a la capacidad evocadora de las imágenes, Gaston Bachelard. Casi podríamos decir que resolvió la cuestión, nunca respuesta con seguridad, sobre la relación entre la construcción y la arquitectura. La casa en la que nos hallamos es una construcción; la casa en la que soñamos, o que recordamos, por el contrario es arquitectura. La arquitectura no está ante nosotros sino en nosotros. La habitamos, sin duda, y quizá ésta sea la verdadera o auténtica "forma" de habitar: nos proyectamos hacia ella, tendemos hacia su umbral, y moramos en sueños, o con la imaginación en su interior.
Casa del pasado o del futuro; casa anhelada; pero casa siempre dispuesta a acogernos. "La casa, incluso más que un paisaje, es un "estado del alma"", escribe Bachelard en la Poética del espacio. La casa es una construcción imaginada. Existe, de eso no cabe duda, no es una obra imaginaria; existe, puesto que podemos volver a ella o tender hacia ella; podemos imaginarnos viviendo en ella. Recorremos sus estancias, descubrimos los muebles, y escogemos dónde instalarnos. Esta casa nos protege realmente del exterior. El entorno ya no nos afecta. La casa recordada o imaginada suscita imágenes placenteras, de plenitud. Esta casa no se puede construir, no se tiene que construir: Si quisiéramos levantar los muros, paradójicamente los derribaríamos. La casa construida es una caja en la que no siempre encajamos. Tiene la dureza de lo que no simpatiza con nosotros. Podemos sentirnos bien, o tener la sensación, cierta, de estar a gusto. Pero la casa edificada no está hecha a nuestra medida, a la medida de nuestros sueños. Solo cuando soñemos con ella, cuando ya no estemos físicamente en y con ella, la construcción se convierte en arquitectura. En tanto que lejana, en el tiempo o el espacio, está cerca de nosotros, está en nosotros. Por eso, cobra vida. La animamos, y nos anima. Nos devuelve a la vida. Ésta una casa, pero también un refugio, un laberinto, un palacio y una cueva. Es lo que queremos que sea. Se amolda a lo querríamos que fuera, lo que querríamos ser. No podemos medir la arquitectura. Ésta se amplía o se encoge en función de nuestros sentimientos, de las emociones que nos suscita. Casa secreta, íntima, sin duda. Pero casa abierta a todos con quienes simpatizamos, con quienes queremos o querríamos estar -aunque ya no estén. En ella no soñamos con emprender acciones inesperadas ni en establecer un permanente estado de fiesta, sino que es una casa en la que nos vemos, el tiempo de un sueño, o de una imagen, para siempre.
miércoles, 1 de abril de 2020
La casa y nosotros (arquitectura y construcción)
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