Las Treinta Gloriosas es una expresión francesa con la que se nombra al periodo entre el final de la Segunda Guerra Mundial y la crisis del petróleo del 73, durante el cual Francia, unos de los países vencedores de la Guerra Mundial con derecho a ocupar Berlín, se industrializó, sobre todo en el sector automovilístico, se convirtió en una potencia nuclear, salió de la estructura de la OTAN, devino uno de los cinco países con veto en la ONU, mantuvo (y perdió finalmente) su poder colonial por las armas (con las guerras en Indochina y en Argelia), lanzó la campaña, imitada por las capitales occidentales, de limpieza de monumentos de París, gracias a un ministro de cultura escritor (André Malraux), no perdió la capitalidad cultural “mundial” en favor de Nueva York, sino que la cimentó ya no en las Bellas artes ( pintura y escultura) sino en el cine, con la Nouvelle Vague, la literatura, con Le Nouveau Roman, y el ensayo, con los Nouveaux Philosophes -la sacrosanta trilogía de Barthes, Deleuze y Foucault o Derrida ( de la que hoy sobresale sobremanera Barthes)-, y la moda ( la Alta costura, con la tríada Dior, Chanel, Guivenchy), y lanzó un extenso programa de renovación y reconstrucción urbanas, debido a las destrucciones causadas por los bombardeos alemanes y aliados de la Segunda Guerra Mundial (la mitad de Francia se rindió y fue ocupada por los alemanes, la otra mitad estuvo en manos de un gobierno títere pro-nazi) que aniquilaron ciudades portuarias enteras como Le Havre, y debido a la necesidad de nuevos alojamientos, con la llegada masiva de colonos franceses y de argelinos que trabajaban en la administración francesa, expulsados de Argelia tras la independencia de este país al concluir una espantosa guerra.
El sociólogo Renaud Epstein acaba de publicar un libro basado en una selección de postales que colecciona desde hace años y que cuenta con miles de ejemplares, postales con una imagen que se quería moderna y atractiva -y hoy despiertan una mezcla de fascinación, incredulidad y depresión- de los llamados Grands Ensembles, o barrios periféricos de nuevo cuño y nueva planta, construidos por los arquitectos más en boga en aquellos años, que seguían los dictados urbanísticos y arquitectónicos enunciados por Le Corbusier, entre otros, en los congresos del CIAM o congresos internacionales de Arquitectura moderna que se celebraban desde los años 30 hasta finales de los años 50, congresos programáticos sobre construcción de barrios que enunciaban las reglas compositivas de las que ningún arquitecto moderno podía apartarse, y que dieron lugar a ciudades o barrios descosidos, de nombres “poéticos” o edulcorados que diluían o suavizaban el duro impacto visual de los barrios, con bloques aislados, rectilíneos u ondulando como las procesionarias, descomunales en horizontal o en vertical, sin calles, ubicados en extensas zonas verdes despobladas, más desoladas e inquietantes que atractivas, que obligaban a que todo se encontrara lejos de todo, carentes de servicios y comercios y mal comunicadas con los centros urbanos, con sistemas y materiales de construcciones de corta vida y de difícil o imposible restauración -el hormigón estalla o se desagrega, dejando las armaduras metálicas a la vista y oxidándose, lo que acelera la degradación de las estructuras que se debilitan, afectando la estabilidad y seguridad de las construcciones-, barrios y ciudades que se degradaron rápidamente y que se han tenido que destruir parcial o totalmente, si bien una corriente actual tiende a defender su vigencia y su restauración y preservación en detrimento de la tabula rasa, no tanto por sus valores humanos sino artísticos, como ejemplos de una concepción de la vida y la arquitectura que reflejaba la fe en el progreso y la ilusión de un futuro mejor, que hoy solo despierta cierta nostalgia, admiración e irritación, sobre todo porque las construcciones y los barrios que han sustituido a los Grands Ensembles a veces han empeorado las condiciones de vida, en parte por el descreimiento en la capacidad redentora de los grandes proyectos urbanos.
El novelista Georges Simenon retrato certera, clínicamente la vida en una de estas llamadas ciudades nuevas en la periferia de París, en La Mudanza, de lectura necesaria.
No hay comentarios:
Publicar un comentario