Un breve texto sobre el origen del ladrillo debería remontarse a Mesopotamia. Mas, esta vez, por una vez, el viaje arranca en Roma. En concreto en una de sus basílicas cristianas, las más importante y antigua de todas, la catedral de Roma, que no es San Pedro del Vaticano, sino San Juan de Letrán -que no pertenece a Italia sino a los territorios extraterritoriales del Vaticano.
La basílica paleocristiana de Letrán, construida en el siglo IV, se alza en los dominios de una conocida familia patricia de la Roma Imperial: los Lateranos, cuyo principal palacio, que perdieron por orden del emperador Nerón, se encontraba en este lugar, aunque sus restos no se perdieron enteramente. Aún quedan ruinas de dicha mansión en el conjunto edilicio de la basílica.
El nombre patricio de Laterano deriva del dios (o del genio) romano Lateranus, sin equivalencia en el mundo griego. Divinidad de la que se guardan muy pocas noticias, pero que debía tener importancia, y que debía tener un peculiar santuario en el lugar del palacio de los Lateranos.
Lateranus era la divinidad protectora de los hornos en los que se cocían los lateri o ladrillos. Dichos hornos, o dichos santuarios, se ubicaban fuera de la ciudad, por el peligro que el intenso y permanente fuego acarreaba. Un fuego que no solo cocía la arcilla moldeada, sino que le permitía germinar, de modo que los ladrillos resultantes no fueran meros objetos inertes, sino entes (o seres) pletóricos de vida (de fuego), capaces de otorgar vida (y de mantener en vida) a los hogares. Lateranus era, indirectamente, una divinidad protectora del hogar. Otorgaba solidez y prestancia a la obra.
Si Lateranus es hoy una divinidad desconocida es posible que sea debido a que Lateranus fuera una indigitación de Vulcanus, esto es, un nombre que se pronunciaba cuando se quería invocar una de los fuerzas o capacidades, una de las funciones de Vulcanus, un dios principal, en este caso. Un nombre o propiedad divino devenido divinidad a parte entera, algo así como un avatar.
Aunque Vulcanus acabara siendo asociado a Hefesto, el dios griego de la forja, el fuego sobre el que velaba Vulcanus animaba exclusivamente a la arcilla, no a los metales. Vulcano no era el dios de los herreros, sino de los ceramistas.
Pero el fuego alumbra pero también destruye. Vulcano estaba asociado a Marte, el dios de la guerra -y de la paz, que la amenaza de la guerra preserva. Los sacrificios a Vulcano exigían la combustión completa de los animales sacrificados, sin que los participantes pudieran comulgar con alguna parte de la carne cocida. Entre las víctimas propicias, se echaban al fuego peces vivos, para que Vulcano no desecara las fuentes y los ríos, dejando a las casas sedientas. A Vulcano se le honraba, obviamente, en verano, en concreto en el mes de agosto -cuando el peligro de la tierra agostada, reseca, amenazaba.
No es casual que el catalán maó y el italiano mattone, ladrillo en estas lenguas latinas, deriven del adjetivo latino madidus, que significa húmedo, impregnado de agua, lo que puede parecer paradójico puesto que el ladrillo cocido carece precisamente de líquido, y que un ladrillo sin cocer debe secarse previamente al sol para poder ser apilado e insertado en un muro en construcción, pero no lo es porque lo que impregna al ladrillo es una fuente o fuerza vital. Un ladrillo es un ente seco, que no reseco.
El later o ladrillo era pues el fundamento de la casa, su germen. A través del ladrillo, obtenido por la benefactora intersección de Lateranus -o de Vulcanus-, se garantizaba la protección del hogar, que ni la sequía ni los incendios, la desecación vital privaría de las fuentes de la vida. Con los ladrillos se edificaban espacios protectores. Aunque asociado a Marte, Vulcano era defensivo -frente al carácter ofensivo (agresivo, violento, insultante) de Marte. Vulcano en su faceta del dios del latericio u obra de ladrillo, era quien levantaba muros defensivos contra las agresiones externas que asediaban las casas. Vulcano-Laterano garantizaba la paz en el hogar: a través de cada uno de los ladrillos, receptáculos de fuego o de vida, la casa podía constituir un refugio seguro y perdurable, el asiento de la vida comunitaria, la base de la vida humana.
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