¿Qué es una obra de arte falsa?
La respuesta la podemos hallar en la reacción del pintor Miquel Barceló, hace unos años, ante una exposición de su obra organizada en una galería de Barcelona, acompañada de un catálogo académico: la denuncia de la falsedad de la mayoría de las obras expuestas, es decir, el no reconocimiento de la autoría. El artista afirmaba no ser el creador de dichas obras.
Una obra falsa es una obra que ciertas personas autorizadas para emitir dictámenes denuncian como falsas, es decir, no realizadas o reconocidas por dichas personas.
Cuando el artista está vivo, su palabra da fe de la autenticidad o falsedad de la obra. Su palabra es la última palabra. No se puede denunciar.
Si el artista ha fallecido, y durante setenta años tras su muerte, los herederos -actúen de buena o mala fe, sean conocedores o no de la obra del artista, tengan o no intereses- son quienes dictaminan acerca de la obra. Tras este periodo, especialistas reconocidos como tales -directores de museos, historiadores, críticos de arte- o comisiones legalmente constituidas y reconocidas como tales, son quienes tienen el poder de emitir certificados de autenticidad. En este caso, sin embargo, contrariamente a lo que ocurre con la palabra del artista que no se puede rebatir, los dictámenes de especialistas y comisiones, se pueden discutir o rebatir aunque no sean discutibles. En este caso, entonces, la autenticidad de la obra está siempre a merced de nuevos dictámenes, y solo la aceptación mayoritaria de algunos de éstos puede determinar la autenticidad de una obra.
Ocurre, sin embargo, que un artista puede negarse a reconocer una obra como suya, no firmada, a sabiendas que él es el autor. Así ha ocurrido con obras de Picasso: ante la actitud (ávida, avariciosa, especulativa...) de ciertos coleccionistas, el artista no firmó la obra, por lo que el precio de ésta se derrumbó. Pero puede ocurrir la situación contraria: un artista puede autentificar una obra sabiendo que nunca la realizó, para ayudar a un amigo en apuros, por ejemplo, quien podrá vender la obra a buen precio. Así actuó alguna vez Miró.
La situación legal de la obra ¿es importante? Amén del precio que pueda alcanzar en el mercado, una obra declarada falsa no puede exponerse como auténtica. Un artista, herederos o comisiones pueden exigir la retirada de la obra, su destrucción incluso. Una obra falsa se vuelve invisible. Nuestro juicio, por tanto, está condicionado por lo que podemos percibir. Nuestra opinión, nuestro conocimiento de la obra de un artista, nuestro juicio depende de las obras que se someten a nuestro juicio. Una obra falsa -independientemente de su calidad-, una obra declarada falsa, inevitablemente influye en nuestra consideración de un artista y de su obra. El conocimiento de éste, su reconocimiento, se funda en la que percibimos y en lo que sabemos. Obras falsas -es decir, obras determinadas como falsas- alteran la historia, la historia que construimos o que aceptamos.
La autenticidad o falsedad de una obra no depende de la calidad de la misma. Un falso Rembrandt puede ser un auténtico Fabritius, un pintor tan "bueno" como Rembrandt, pero menos conocido. Entre Picasso y Braque, a principios del siglo XX, no se detectan diferencias entre sus obras. Pero Picasso tiene más renombre. Por lo que su obra es más conocida, más popular y seguramente más valorada.
El juicio depende, pues, no de nuestras facultades ni de nuestro conocimiento, sino de dictámenes que orientan y condicionan lo que tenemos que enjuiciar: son lo que ponen a nuestra disposición obras sometidas a juicio. Enjuiciamos firmas, más que obras. El nombre del artista, a menudo, deslumbra, e impide valorar la obra -pues su valoración depende, en gran parte, no de lo que vemos, sino de lo que sabemos acerca del artista aceptado como el autor de la obra.
Del mismo modo que un hijo es un ser que reconocemos como nuestro, o que la ley reconoce como un heredero legal, una obra solo entra en la historia si artistas o expertos, la dejan entrar, fuere cual fuere su condición. La autenticidad o falsedad de una obra es una cuestión de ley.
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Quizá el tiempo, el peso de los siglos, acaben por derribar esta ley actual
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