viernes, 27 de octubre de 2023

Técnica y estilo

 




Una reciente exposición de arquitectura en Barcelona está dedicada a la obra de una generación de jóvenes arquitectos españoles, formados en Barcelona, marcados por la crisis económica de 2008, lo que les llevó a proyectar y llevar a cabo unas construcciones con materiales económicos, como la cerámica y la madera, que no requieren procedimientos onerosos,  utilizados en bruto, sin recubrimientos, desnudadas de ornamentos. 

La exposición revela, a través de grandes fotografías, intencionadamente agrupadas, que lo que en principio caracterizaba las obras, el uso de determinados materiales, dando importancia a la técnica, se revela, en verdad, ser una voluntad de estilo, suscitando la pregunta acerca de la finalidad de la técnica empleada, al servicio de la contención del despilfarro -una actitud ética en beneficio de la preservación del entorno y de la economía- o al servicio de una imagen de austeridad, es decir atendiendo a la estética. ¿Se buscaba la contención o el cuidado de la imagen? ¿Acaso ambas finalidades pueden ser atendidas?

La técnica no es un estilo o un lenguaje. No es una manera de expresarse. No tiene voluntad o intención comunicativa. No se dirige a los demás. No pretende aleccionar, ilustrar o deslumbrar, contrariamente a la imagen que se concibe como un modo de atraer la atención y de vehicular un determinado mensaje o contenido. La técnica no habla, no es un habla. Consiste en unas operaciones que persiguen un solo objetivo: la solidez de la obra, aunque es cierto que dicho propósito no se libra de cualidades morales. La técnica persigue operar bien, hacer una buena obra, media entre la idea y la materialización sensible, que requiere un trabajo sobre determinados materiales. Pero la técnica es muda. Trabaja calladamente. No dice ni significa nada. No se exhibe (no existe un peor uso de la técnica que el virtuosismo, que conlleva una sobre actuación innecesaria, una vuelta de tuerca de más). La forzada sencillez es un oximorón. La sencillez implica naturalidad, que el esfuerzo y la fuerza, por el contrario, contrarrestan, impidiendo el libre ejercicio sin artificios. La naturalidad no se casa con el cálculo y la búsqueda de efectos.

En las obras de la crisis, por el contrario, hay un ostensible despliegue de sencillez que deviene una manera de expresarse, de expresar una visión del mundo.  Se trabaja para dar la sensación de inmediatez, de sencillez y austeridad. La simplicidad requiere un calculado esfuerzo para dar la impresión que se rehusa el artificio. Pero la buscada sencillez es la más ostentosa expresión de cierto orgullo, de un deseo de aleccionar, de una manera de ser, es decir un ejercicio de estilo que, porque quiere dar la imagen que no se ha buscado, que no existe, salta paradójicamente  a la vista y clama por la atención, en un ejercicio exhibicionista. La técnica como estilo: tal es la función del decorado que simula procedimientos y recursos porque están “bien” vistos.  La técnica, en cambio, no se ve, no tiene que verse: no busca atraer la atención, ni dar lecciones. Los sentidos, como la vista que capta imágenes, no son su objetivo. Apenas el trabajo concluido, la técnica regresa a sus cuarteles, cediendo el protagonismo a la imagen, al estilismo. Antiguamente se utilizaba la expresión, otro oximorón, de “estilo rústico”, siendo, en verdad, la rusticidad, lo rudo, la falta, la carencia o el rechazo del estilo, de la preocupación por la manera de mostrarse que pule y lima las aristas hasta dotar de modales lo que siempre se retrae, evitando exhibirse.

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