Fotos: Tocho, enero de 2025
En el remozado Grand Palais de Paris -cerrado durante años para su entera rehabilitación-, con un presupuesto sin duda infinito, medios inalcanzables para cualquier otra institución, un tiempo casi eterno de montaje, y una libertad absoluta, aunando lo sublime, lo ridículo, lo kitsch, lo absurdo, lo grotesco, el sarcasmo, la religión, el ritual, lo desmesurado y la minuciosa atención al detalle, la exposición antológica del taller de alta costura italiano Dolce & Gabbana conjuga moda, arquitectura, teatro, ópera, cine, música, literatura, alta y baja cultura, bellas artes y artesanía , por los que desfilan la historia del arte, escena de ópera y de cine neorrealista o de peplum, y ceremonias religiosas con la magnificencia, el boato y el exceso de una procesión.
Quien desfila es el espectador entre cuadros casi vivientes que recrean escenas célebres de películas, óperas, teatro y ceremonias sagradas, tanto religiosas cuanto imperiales (Bizancio, el imperio austrohúngaro, el imperio romano, el Egipto faraónico), sin que el humor, el guiño, la hojalata y el manifiesto decorado de cartón piedra -magnifica mente pintado de purpurina- dejen de exhibirse. El continente -suelos de cerámica pintada a mano, marcos tallados barrocos, juegos de espejos, trampantojos, frescos y protecciones, plásticos y estucos, plásticos que imitan estucos (el como si es de rigor y lo proclama, sin que sepamos nunca si estamos ante la ficción o la realidad), cascadas de lámparas de araña- rivaliza con el contenido.
Suntuoso desfile en negro de altas y delgadas figuras femeninas enlutadas que emergen como emanaciones inquietantes en pasillos sombríos, apenas iluminados por los destellos apagados de marcos dorados, entrecortado con el reconocimiento del saber artesanal que semejantes vestidos y decorados requieren -saberes que se entremezclan con nuevas tecnologías.
Y como en toda exposición de alta costura, los rostros sin rasgos de los maniquíes -algo más altos que una persona, sobre pedestales desde los que dominan los visitantes que desfilan en silencio-, dotan de un aire inquietante a la exposición, acrecentado por los miembros de autómata del siglo dieciocho que a cada momento parecen a punto de animarse con la música sincopada de una caja de música.
Ala salida, el gusto entre acre y dulzón de lo que no debería ser, un sinsentido, pero que querríamos volver a ver -sin querer reconocerlo.
https://www.grandpalais.fr/fr/evenement/du-coeur-la-main-dolcegabbana
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