Por el contrario, la pervivencia, la permanencia en nuestro cuerpo o nuestro entorno de un objeto o una imagen -desde una foto hasta un tatuaje- puede revelarse como particularmente dañina a partir de cierto incidente o accidente, lo que nos lleva a buscar frenéticamente su destrucción, como si este motivo nos recordara un pasado, no atara a un pasado que querríamos borrar, como si no hubiera ocurrido nunca.
Los objetos más pequeños o nimios, dotados de un singular poder simbólico, incluido en tiempos descreídos o profanos -quizá particularmente y con mayor intensidad en estos tiempos desacralizados-, nos afectan para bien o para mal, y pautan nuestra vida. No podríamos enfrentarnos a ésta sin su presencia o su ausencia, sin tenerlos presentes o voluntariamente olvidados. Sin amuletos de la buena o la mala suerte, que nos protegen o nos dañan, al mismo ritmo que nos identifican. Su pérdida o la imposibilidad de desprendernos de aquéllos nos destroza la vida.
Las casas, los santuarios nos protegen. El cuidado que nos brindan es físico, cuidadoso . Son un techo protector, un cobijo, una defensa contra las inclemencias y los enemigos. Los espacios nos cubren, nos abrazan -y nos encierran.
Pero la atención que aportan es también -sobretodo- simbólica. No siempre estamos bajo cubierto. Nos alejamos de la casa o del templo, real o mentalmente. Los edificios pueden incluso desaparecer, o nos vemos obligados a desprendernos de ellos, quedando a la intemperie, a merced del hado funesto.
El ancho brazalete antiguo, romano-egipcio, de oro, que forma parte de la colección permanente del nuevo museo de la biblioteca nacional de París, se orna con la fachada de un templo. Es una joya singular -con una iconografía inhabitual- que pertenece a una mujer que acaba de dar a luz. El brazalete es un amuleto protector. Protege su vida así como la del recién nacido. El templo portátil, en permanente contacto con el cuerpo, invoca y atrae la protección divina. La divinidad, desde el templo, vela sobre quien ha depositado su confianza y sus esperanzas en ella.
Una joya, en todos los sentidos de la palabra. Y un hermoso ejemplo de los temores y los anhelos humanos, vanos, sin duda, pero ineludibles y necesarios. Somos humanos precisamente por la fragilidad de nuestra condición.
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