viernes, 10 de enero de 2025

¿Surrealismo antes de hora? José de Ribera (1591-1652): murciélago y orejas (1620)


 

La exposición antológica del pintor tenebrista español, formado en Roma e instalado en Nápoles, José de Ribera, seguidor, quizá conocedor incluso de Caravaggio, en París, incluye un conocido insólito dibujo que, a la luz de las múltiples exposiciones sobre el surrealismo que París presenta en este inicio de 2025, adquiere un inquietante, y quizá actual, significado -enigmático y perturbador.

Un murciélago, visto de frente, extiende sus alas. Parece dirigirse al espectador. El murciélago es un emblema de la ciudad de Valencia, de donde Ribera era originario.
El murciélago sobrevuela dos grandes orejas, representadas a una escala mayor que el animal. Son dos orejas dispuestas debajo de éste, a lado y lado del mismo. Los tres elementos componen un triángulo. Las orejas son suficientemente distintas para pensar que no pertenecen a una misma persona.
 
La súbita fama de Ribera suscitaba envidias. Recibía encargos de los reyes de España, de los virreyes napolitanos, de nobles españoles e italianos, de la Iglesia. A los dieciocho años ya era uno de los artistas de más éxito en el virreinato.
Una interpretación del dibujo, considerado como una única composición y no como la suma casual de tres dibujos sueltos, sin relación entre sí, como en un carnet de notas, considera que la obra -pues sería una obra a parte entera, y no un boceto para un cuadro- aludiría al rumor que circulaba acerca de la fama del artista, noticias, bulos, mentiras, sobre su éxito. 
La envidia es literalmente el mal de ojo -implica mirar mal al otro-, y el murciélago es un animal de mal agüero. Ribera expondría o denunciaría de manera alusiva, pero quizá de fácil interpretación por parte de letrados, el daño que los infundios pretendían hacer al artista, que sobrevuela inmune a la maleficencia. Las noticias falsas, sin fundamento, buscando el desprestigio, rondaban, ayer como hoy. 

El dibujo, que parece anticiparse a Goya, podría mostrar la pequeñez, la estupidez y las orejeras, amén de la mediocridad y la maldad de los comentarios sibilinos o groseros de quienes a falta de talento, traten de atentar contra la reputación y el prestigio ajenos. Un ejercicio que seguimos practicando con fruición. 

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