"Frente a la ciudad planificada, tramada en el llano del
Ensanche, caracterizada por la implantación de una cuadrícula que prescinde de
los obstáculos naturales, como si descendiera del cielo y “urbanizara” o
domesticara la realidad, el texto enfoca la ciudad que ha crecido, por las
colinas, lejos del llano, a golpe de necesidad. Una ciudad no proyectada,
autoconstruida allí donde no se podía construir, en terrenos que no pueden ofrecer
una base sólida a una construcción imperecedera. Aún se recuerda la explosión de
los gases y el derrumbe del vertedero de Montjuic. Las basuras sepultaron las
chabolas de Can Clos, levantadas al pie del basurero, poco antes de la navidad
de 1971. O, más recientemente, el hundimiento de una parte del barrio del monte
Carmelo, cuyas casas de fortuna, levantadas de un día para otro, carecían de fundamentos
-en el doble sentido de la palabra.
El texto, en suma, describe o descubre una ciudad extendida
por las colinas; imprevisible, desconcertante, unos barrios que nunca responden
a lo que se espera, y que solo se reconocen, y a veces se entienden, a medida
que se recorren, físicamente y en el recuerdo.
“Solo montaña arriba, cerca ya del
castillo,
de sus fosos quemados por los
fusilamientos,
dan señales de vida los murcianos.
Y yo subo despacio por las escalinatas
sintiéndome observado, tropezando en
las piedras
en donde las higueras agarran sus
raíces….”
(Jaime Gil de Biedma: “Barcelona ja no es bona”, Las personas del verbo)"
(Fragmento de: "Memorias de una ciudad en las montañas, Barcelona")

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