martes, 17 de marzo de 2015

SOPHIE CALLE (1950): STATUES ENNEMIES (ESTATUAS ENEMIGAS, 2003)











La presente exposición antológica de la artista francesa Sophie Calle en el Palacio de la Virreina. Centro de la Imagen, en Barcelona, incluye, casi sorprendentemente -pues se trata de una serie que, a "primera vista", no responde a fines y formas de otras obras (aunque luego revela la misma preocupación por la fascinación y el poder de la imagen)- la serie fotográfica Estatuas enemigas dedicada a retratas imágenes (tallas y cuadros) mutiladas durante la guerra civil española. No son necesariamente obras maestras. El lacerado, en ocasiones, les ha otorgado el misterio del que carecían. Pero el daño infligido, centrada en el rostro y, en particular, los ojos, revela que estas tallas pintadas tuvieron que ser "vistas" o juzgadas como entes vivos capaz de causar el mal de ojo, o lanzar miradas acusadoras contra quienes acabaron por atentar contra ellas.
Las mutilaciones, causadas por cuchillos o instrumentos punzantes, quizá por disparos, cegaron las estatuas.
La artista pone esta serie en relación con una posterior en la que reproduce dianas utilizadas por la policía norteamericana para entrenarse: aquellas son retratos de condenados a muerte, cuyos ojos han sido tapados, como si fueran víctimas que no pudieran reflejar lo que los ojos de los policías quizá expresaran.
Todas las culturas,todas las épocas han tenido, y tienen, el síndrome de Pigmalión, o de Frankestein: el temor en la animación de las imágenes, la revelación súbita de quienes somos -reflejados en su mirada.

8 comentarios:

  1. Resultan realmente escalofriantes, tanto que a estas horas de la noche opto por mirarlas solo de refilón. Creo que nada provoca más terror que ese vacío ocular. no sé si contemplarlo en una persona, que presiento que no, pero en una imagen es como contemplar el propio miedo a lo desconocido, a la crueldad de lo sin sentido.

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    1. Es cierto, la ceguera de las figuras es lo más angustioso, porque las convierte en muertos vivientes -lo que confirma que las imágenes son para nosotros entes o seres vivos, que resultan de nuestras proyecciones, obviamente, pero que logran independizarse de nosotros y afectarnos o influirnos. De pronto, los vemos como seres heridos, sintiendo que nos acusan del daño causado.

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  2. Vida y muerte son muescas en la linealidad temporal. Esta linealidad tan occidental deberia ser superadad (no olvidada pués tiene su función) y así cualquier destrucción no seria vivida como un final, sinó como una transformación

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    1. Es muy cierto, siempre que queden restos que permitan la transformación.
      La historia es una sucesión de mutilaciones y restauraciones. Si las obras no perecieran, si vivieran para siempre, posiblemente la creación no tendría sentido, pero también es cierto que si no quedara nada del pasado, no sabríamos quizá qué hacer.

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  3. Por cierto un familiar que participo en la destrucción de iglesias, destrozando una estatua de un santo recibió un golpe en la cabeza al caer pedazos encima de el... fué creyente el resto de su vida.

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  4. Ha dado usted en el clavo. Y muy bien visto lo que menciona sobre que “el lacerado, en ocasiones, les ha otorgado el misterio del que carecían”.

    Se puede añadir que no sólo les otorga este misterio, sino que, queriendo hacer lo contrario, renegar o significar un embuste supersticioso, lo que consiguen estas profanaciones es reforzar en las imágenes laceradas el sacrificio y el sufrimiento del mito de Jesús al que doblemente se le maltrata y crucifica, esta vez por legionarios con pistolas y metralletas.

    Si me lo permite, recomiendo su libro “La imagen de lo invisible” en el que trata ampliamente la iconoclasia y la iconodulia.

    Saludos.

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    1. El daño inflingido a una obra, en efecto, tiene mucha razón, acrecienta su influjo, pues demuestra el miedo que inspira. Que la obra mutilada aun fascine no hace sino corroborar su fuerza.
      Desde luego, una estatura cegada es aun más inquietante

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