Ni siquiera en la Escuela de Arquitectura de Zurich -quizá la mejor del mundo- explican la obra arquitectónica del austríaco Rudof Steiner, ubicada en la periferia de Basilea. Por lo que, apenas el Goetheanum, su obra más renombrada, es mencionada, aunque casi nunca mostrada -pese a que casi toda ha llegado hasta nosotros.
Solo los arquitectos Anna y Eugeni Bach han destacado recientemente la obra de este "arquitecto" (Steiner no era arquitecto sino filósofo, si bien estudió en el Instituto Tecnológico de Viena)
En una reciente (y confusa) exposición La luz negra (CCCB, Barcelona, 2018), dedicada al influjo o el embrujo del espiritismo y otras corrientes nebulosas del tarot y el ocultismo en el arte moderno y contemporáneo, se menciona el nombre de Steiner que quizá cabría recordar.
Practicante de una de las más superficiales y confusas concepciones del mundo, la teosofía, inventada a finales del siglo XIX, que sostenía que existió una única y primigenia religión en el mundo, en parte preservada en el budismo y, en general en el Extremo Oriente, pero dañada o pervertida por las religiones monoteístas y del libro, inspiró a artistas modernos abstractos, desde Kandinsky hasta Mondrian, cuya obra no naturalista pretendía plasmar las visiones de formas y colores, manifestaciones de "espíritus" que aleccionaban a la humanidad en "verdades" perdidas. La teosofía era el sustrato teórico del espiritismo.
Steiner, estudioso de Goethe y Nietzsche, proyectó un centro para todas las artes -siendo el arte la manera de entrar en contacto con "verdades espirituales", comunicadas por los "espíritus" en sesiones de ocultismo-, el Goetheanum, junto con edificios para acoger equipamientos, como una biblioteca, necesarios para el adiestramiento y el perfeccionamiento de artistas que aspiraran a esas supremas "verdades" y quisieran visualizarlas permanentemente en obras plásticas, literarias y musicales. Las volúmenes proyectados y construidos se inspiraban en formas naturales bulbosas o en germen que emergen, como una manifestación del poder creador y regenerador "cósmico", libre del adoctrinamiento de las religiones convencionales, formas que captaran y expresaran la vitalidad natural, imagen de la fuerza "sobrenatural".
Los resultados, más allá de la nebulosa teórica o conceptual, fueron edificios de interiores semejantes a entrañas orgánicas, y volúmenes que recuerdan a rocas inmemoriales, tan solo esculpidas por el tiempo.
El último Le Corbusier, autor de la capilla de Ronchamp -seguramente su mejor obra- es deudor de la obra del en parte olvidado Steiner.
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