lunes, 8 de agosto de 2022

Vivo sin vivir en mí



 Como en un experimento de la NASA para preparar un asentamiento humano permanente en el planeta Marte, unos estudiantes de arquitectura se han encerrado durante un mes en una modesta casa aislada de madera de ciento cuarenta metros cuadrados, de planta libre, que han proyectado y construido en un solar de un campus universitario, para probar nuevas maneras de vivir ecológicamente eficientes. 

El resultado es curioso. Transcribo el texto de un arquitecto, profesor de instalaciones en una escuela de arquitectura.

Los jóvenes que han vivido un mes  en su propia obra “experimental” posan felices: quizá porque abonan sus tomateras con sus propias heces.

Aunque no se trate de un anuncio de Dolce & Gabbana, un joven teclea, estirado en un tatami , en un Mac que descansa en su regazo,  otro, en un segundo plano, posa cuál San Sebastián asaetado , a punto de ducharse, un tercero prepara una sopa de melón, mientras que una cuarta estudiante, con un floreado vestido provenzal, lánguidamente recostada en una otomana, lee de perfil una revista.

El experimento encierra una buena y una mala noticia.

La mala es que el noventa por ciento de los resultados de la prueba  ya lo sabían las abuelas de antaño. La buena, es que han recuperado ese conocimiento.

Algunas leves dudas: bombear el agua de la ducha quizá sea una innovación en un espacio doméstico en tierra, sin embargo ya se hace en algunas embarcaciones.

Poder elegir cada noche el lugar donde dormir, como acontece en la casa tradicional iraní, es fácil en un piso de ciento cuarenta metros cuadrados, pero quizá no lo sea tanto en los pisos que se anuncian en El Idealista, fuente de la mayoría de las viviendas de alquiler. 

Ponerle ruedas a la bañera, está bien, es ingenioso, pero es posible que se requiera aún más ingenio para dotar a los grifos y al desagüe de ruedecitas (o de tuberías  elásticos que se puedan alargar y encoger).

Que los muebles tengan ruedas es una gran idea, como se comprueba desde hace años  con la mayoría de los muebles modernos de Ikea y similares.

Los brillantes autores del experimentos no descubrieron hasta llegado el mes de julio que es mejor cerrar la casa cuando hace mucho calor, un dato revolucionario que exige un mes de pruebas porque ningún usuario, incluso un arquitecto, hasta entonces lo sabía ni lo había experimentado. 

La madera se ha convertido en un material de construcción “ecológica”.  En los países cálidos, como en el Mediterráneo, la construcción tradicional posee gruesas paredes de ladrillo o de adobe y huecos pequeños, que preservan del frío y del calor por la inercia térmica del material y del espesor de los muros, una propiedad que, con obras de madera, exigiría esquilmar la mayoría de los bosques. Sino, los tabiques de madera lucen, pero quizá no se luzcan tanto a la hora de proteger del clima. 

El experimento es arquitectónico pero es también poético. Une agudamente el oximorón y la arquitectura: defiende el uso del sanitario seco -que recurre sin embargo a las aguas grises. Digno de los  míticos versos “vivo sin vivir en mí, y tan alta vida espero, que muero porque no muero”. 

Dichas aguas nacen de la separación y el reaprovechamiento de las aguas usadas en el hogar y de las aguas pluviales, una práctica revolucionaria que ayuntamientos tan modernos como el de San Cugat del Vallés exigen que se cumpla desde hace unos quince años.

La sopa de ajo es un gran descubrimiento.


Agradecimientos a las lúcidas lecciones de AdB.





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