domingo, 14 de agosto de 2011

Escrito en las estrellas

La primera escotara de la historia fue inventada quizá en el sur de Mesopotamia a mediados del cuarto milenio aC, poco antes que en el Egipto faraónico.
Se componía, inicialmente, de pictogramas: cada signo reproducía los rasgos más característicos de la cosa o persona designada. No se sabe en qué lengua estaban escritos, ni se se referían a una lengua en concreto: un signo, como una señal de tráfico, puede ser leído en cualquier lengua.
Parece que, pronto, la escritura designó palabras en sumerio. Se trataba de una lengua en la que los términos más habituales eran monosilábicos. En el caso de palabras provenientes de otras lenguas, de realidades o acciones complejas, las palabras eran polisilábicas. Pero no se podían escribir con un dibujo que se refiriera claramente a aquéllas. Lo mismo ocurría con los sinónimos ¿Cómo distinguir, mediante un dibujo, entre, por ejemplo, "construir", "edificar", "levantar", etc.? Así pues, hubo signos que se utilizaron por su valor fonético, no por lo que representaban, como en un moderno jeroglífico.

¿Para qué se inventó la escritura? La mayoría de los estudiosos sostienen que la razón fue contable, administraiva. La escritura y los números permitían o facilitaban llevar las cuentas de los bienes almacenados, distribuidos, vendidos o adquiridos.  Dado que las ciudades-estado estaban bajo el mando de poderes reales o religiosos fuertes, éstos necesitaban de mecanismos eficaces para el control de la actividad económica o mercantil. Hoy se sabe, sin embargo, que las primeras ciudades no estaban necesariamente bajo el yugo de poderes fuertes, religiosos o no. 

Glassner emitió la hipótesis que la escritura no tiene una razón funcional o funcionarial, sino que sirvió para interrogar a las divinidades implorándolas, poniendo por escrito súplicas y respuestas. La escritura tenía una función comunicativa con los poderes invisibles. Servía para conocer o prever el futuro, para interrogar sobre el destino.

Esta explicación quizá no sea descabellada.

Los mesopotámicos tenían a una diosa, llamada Nisaba, que era la divinidad de las cosechas y de la escritura. Hija de la diosa de la tierra, Ninhursag y, en según que mitos, de Enki, dios ordenador del mundo, Nisaba o Nidaba llevaba las cuentas del cielo. El cálamo que utilizaba para inscribir los signos en una tablilla de arcilla - o de lapislázuli- era el tallo de una espiga. La tabilla, cubierta de rectas líneas de fina escritura, se parecía a un campo cultivado.
Esta función podía justificar la interpretación de la escritura como un mecanismo notarial.

Sin embargo, el sueño de Gudea introduce un matiz. Gudea era rey de la ciudad de Lagash (finales del tercer milenio aC). Escribió -o dictó- una autobiografía, conservada en dos grandes cilindros de arcilla, hoy en el Museo del Louvre. En ésta cuenta un sueño: se le apareció su dios protector, Ningirsu, por orden de Enlil, el dios de los aires o las tormentas, de las aguas del cielo. Le ordenó que le construyera un templo. A continuación, se le mostraron diversas divinidades que le ilustraron cómo tenía que operar. El dios guerrero Nin-dub le mostró el plano del templo. Antes, la diosa Nisaba (hermana de la madre, una diosa, de Gudea), le trazó, con un cálamo de plata, un plano celestial: le marcó la posición de las estrellas del día propicio para el inicio de las obras. Es posible, incluso, que entre el plano del cielo y el plano del templo existieran correspondencias.
En este caso, Nisaba "escribió" -trazó o dibujó- un plano sideral. Las estrellas eran signos, dispuestos en el cielo -o en la superficie de la tablilla- que anunciaban una buena nueva.

Esta visión no era extraña a la cultura mesopotámica. Las estrellas eran señales aparecidas en el cielo. Eran advertencias, proclamas. Los autores, los dioses. El cielo era como una tablilla gigantesca en la que los dioses, a través de signos siderales, anunciaban a los humanos sus decisiones. Éstos tuvieron, entonces, que aprender a descifrarlos, a leerlos. Y, luego, a fijarlos en tablillas manejables, ya fueran de piedra o de arcilla.

La escritura, entonces, se habría originado a imitación de las constelaciones. Habría sido un medio de comunicación con el más allá. Lo que los dioses proclamaban por medio de signos celestiales visibles, los hombres lo reflejaban en signos pictográficos. Los hombres llevaban las cuentas de lo que les ocurría y de lo que les iba a acontecer, ciertamente; tenían cuentas que saldar; no con la tierra, sino con el cielo.  

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