miércoles, 9 de mayo de 2012
El imaginario del hogar, ayer y hoy (la mujer y el hogar).
En el imaginario del hogar, el espacio doméstico se asocia a valores femeninos. La mujer es la guardiana del hogar. En Grecia, la diosa Hestia (que significa Fuego) era la única que no se desplazaba. Permanecía incólume en el centro de la morada, manteniendo viva la llama, la vida del hogar.
El hombre se asociaba al espacio exterior. Suyo era el mundo. Mientras, la mujer se replegaba en las profundidades del espacio interior, sin salir jamás al sol. El tejer era su única labor (tejía las ropas que los hombres portaban), junto con el cuidado del fuego. El hogar era un gineceo.
Los mitos, el imaginario antiguo, presenta sorprendentes usos hoy en día. Así, al menos, lo han mostrado unos avispados vendedores de casas en Australia.
Sabían, lo dicen los mitos, que la casa está al cuidado de la mujer. Suya es la mirada que vela por aquélla. Suya es la que desea el bien del hogar. El espacio doméstico dibuja el marco dónde su mirada se extiende; se trata de su espacio deseante, dónde explora, explota sus deseos, sus sueños. Su mirada deseante se despliega en el seno de la casa. Ésta se puebla de fantasmas masculinos -o, eso, al menos, pensamos, o tememos los varones.
Las sombras masculinas que habitan siempre el hogar son afines al mundo femenino. Nunca salen al exterior. El aire y el sol no les afectan. Cuidan su apariencia. No son guerreros. Así, al menos, es descrito Egisto, el amante seductor, blando y de pálida tez, de la reina Clitemnestra, siempre a su lado, siempre en su lecho en el palacio de Micenas, mientras Agamenón, el rey, guerrea en Troya. Son hombres que se bajan los pantalones en el interior del hogar, dominados por mujeres (bajo el control de su mirada).
Al parecer, el anuncio ha tocado las teclas adecuadas. La casa ha cambiado de dueño de inmediato por un precio descabellado. Las ilusiones no tienen precio.
Los mitos siempre dicen la verdad.
Aunque los héroes y las heroinas de antaño se confunden, hoy, con Barbie y Ken. Es lo que queda de los mitos.
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