Una hormigonera o ¿un horno?: en el interior, materiales; no se trata de arena, cemento y agua, ni siquiera de arcilla y agua, sino de ladrillos; piezas enteras y completas.
Éstas proceden de obras abandonadas; la selección era difícil; había muchas dónde escoger. La máquina debería estar en marcha. Los ladrillos giran sin cesar, golpean la pared metálica de la hormiguera y se golpean entre sí. Poco a poco se agrietan, se descascarillan, se parten, y los fragmentos se reducen, con el paso del tiempo, a polvo. Vuelven a ser arcilla. Se trata de una máquina infernal. El ruido, y las chispas que el roce enciende, inquietan. No moldea ni cuece, sino devuelve piezas enteras -y sin sentido- a su origen primero. Retornan al polvo. Como las obras de las que proceden.
Esta escultura -o instalacón (por desgracia apagada a causa de las chispas-, de Llobet & Pons (Pons estudió arquitectura) forma parte, junto con una selección de dibujos, pinturas y esculturas de estos -los mejores- y otros jóvenes artistas, de Factotum, la mejor exposición de la Fundación Tàpies en Barcelona (hasta el 9 de febrero), tras una desangelada nueva dirección, recortes drásticos, y una exposición incomprensible e ininteligible (aunque con piezas excelentes), como Contra Tàpies.
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