Pasiones mitológicas, una casi inconcebible exposición en el Museo del Prado de Madrid, actualmente, que ha logrado reunir, en tiempos de pandemia, las mejores pinturas mitológicas clásicas, dispersas en museo europeos y, en concreto la serie de cuadros mitológicos, llamados Poesías, que Tiziano realizara para el rey Felipe II, en la segundad mitad del siglo XVI, es una brillante muestra de la importancia de las Metamorfosis de Ovidio en las artes plásticas.
Los artistas renacentistas, manieristas y barrocos, no podían trabajar libremente, sino que debían hacerlo dentro de talleres. Éstos, autorizados por el gremio correspondiente (llamado Guilda o Compañía de San Lucas, evocando la leyenda del evangelista Lucas que habría realizado un retrato de la Virgen María), estaban dirigidos por un maestro de taller, que ideaban, proyectaban, abocetaban o pintaban, parcial o totalmente los cuadros, con la mayor o menor participación de ayudantes de taller, que, en ocasiones, realizaban enteramente la obra (firmada, finalmente, por el maestro). Especialistas en la pintura del paisaje, en bodegones, en figuras, etc. daban forma a las ideas del maestro y se encargaban de ciertas partes del cuadro. El control de los gremios empezó a quebrarse en el siglo XVII con la instauración de las Academias -reunión de artistas que discutían sobre temas de historia del arte-: en éstas no se pintaba, sin embargo, no se trabajaba manualmente, sino que se discutía, se reflexionaba (buscando equiparar las artes mecánicas, como la pintura, con las liberales como la teoría o la teología), pero ser un académico facilitaba los encargos que recibían los maestros de taller académicos. La Revolución Francesa dio una estocada mortal no solo a los talleres sino, en parte, a las Academias.
Todos los talleres poseían unos pocos libros de referencias para la descripción y la justificación de los motivos pictóricos. La Leyenda dorada, un texto del siglo XIII que recopilaba toda clase de historias y leyendas acerca de figuras existentes o imaginarias del cristianismo, era la base literaria a partir de la cual se componían las escenas plásticas y esculpidas del Antiguo y del Nuevo Testamento. Las Metamorfosis del poeta latino Ovidio, a su vez, era la fuente de inspiración básica de los maestros de taller a la hora de abordar escenas mitológicas paganas. Las Imágenes, del autor tardío romano, que escribía en griego, Filostrato el Viejo (s. III dC), que describía una galería de pintura de un patricio romano en Nápoles, completaban las enseñanzas del poema de Ovidio.
Ambos autores latinos, Ovidio y Filostrato, son la base literaria de las pinturas de Tiziano -y de pintores clásicos como Ribera, Velázquez y van Dyck- que Pasiones Mitológicas expone. Figuras míticas, héroes y heroínas como Perseo, Dánae, Europa o Andrómeda, y dioses como Venus, Diana y Dionisos, desfilan en estas escenas. La mayoría de las figuras, sobre todo femeninas, están desnudas: la desnudez heroica, naturalísticamente representada, encarnada en cuerpos idealizados, que caracteriza la estatuaria clásica (romana) que en el siglo XVI se iba desenterrando en Italia, sobre todo.
Pero la desnudez de las diosas estaba proscrita de la vista de los mortales. La desnudez era un símbolo de perfección. No existían imperfecciones físicas o morales que se tuvieran que cubrir y esconder. Un cuerpo desnudo manifestaba la pureza de las formas y las intenciones. Mas, ésta, luminosa -no poseía mácula alguna que la enturbiara, zonas en sombras, signo de la falta de claridad de formas y acciones-, irradiaba de tal forma, que no podía ser contemplada por los ojos humanos. Se debía velar parcialmente, asumiendo las limitaciones, el oscurecimiento que aportaba la materialidad de una tela, o se debía exponer de tal modo que pareciera inalcanzable, una visión deslumbrante e intocable de una figura sin parangón con el mundo humano, cuya contemplación era casi dolorosa pues manifestaba todo lo que nos separa del mundo de los dioses. La imagen, lejos de acercarnos a éstos, ahondaba en el abismo entre mortales e inmortales. Éstos se mostraban para hacernos ver todo lo que nos falta, para que fuéramos conscientes de nuestras limitaciones. En cuanto los primeros humanos cometieron la primera falta que ensuciaba su cuerpo y su espíritu escondieron su desnudez.
Las Poesías -las pinturas mitológicas- son una creación paradójica. Exponen lo que no se puede ver: el cuerpo desnudo de las diosas, y manifiesta lo que se tiene que pagar por semejante visión. El mito de Acteón, en este sentido, es ilustrativo: Acteón que, por inadvertencia contempló el cuerpo desnudo de la diosa Diana -Diana la cazadora- fue, de inmediato, convertido en un ciervo y devorado por sus perros de caza. Dánae fue una heroína enclaustrada de por vida, pues se temía que pudiera seducir a Zeus acarreando un daño irreparable a su familia: una humana no podía tener contacto alguno con un inmortal. Era una falta irreparable. Su fugaz contemplación acarrearía su pérdida y la de su linaje.
La pintura muestra, en estos casos -quizá en todos los casos-, lo que no se puede ver, y que sólo puede alcanzarse a través de la pintura. Ésta ofrece imágenes de lo invisible: de cuerpos y escenas cuya contemplación lleva consigo un castigo mortal; imágenes de lo que se querría ver, sin embargo, pero que queda fuera del alcance de la vista humana.
Las Poesías, por tanto, manifiestan el poder de la pintura. Son un medio seguro para asomarse a lo insondable. La pintura ofrece un medio seguro para tener una visión proscrita. Brinda también una lección moral. Pues permite que el espectador sea consciente de sus limitaciones. Su cuerpo, su vida, sus expectativas empalidecen ante la presencia y las aventuras (y desventuras) de dioses y héroes, figuras de otro mundo. La pintura, empero, permite hacerse ilusiones. Gracias a ésta, por un momento, los dioses parecen estar al alcance de la mano, y se puede tener la impresión que se está en su compañía.
Mas, la indiferencia con la que se exhiben, sin solicitar la complicidad, la comprensión o la compasión de los humanos, y la dura constatación que la pintura revela, una barrera infranqueable, un muro liso y frío, entre el mundo real y el soñado, revelan, sin embargo, que si los dioses se muestran, no son verdaderamente lo que se ve. Siguen siendo intocables. Su cercanía es solo aparente. Es solo una imagen. Son de -y están en- otro mundo. La pintura es una ventana que permite otear en aquél, y permitirnos descubrir todo lo que nos falta, pero es una ventana cerrada, que no se reblandece como el espejo que Alicia cruzó en Tras el espejo.
Con sus Poesías visuales, mucho antes que los poetas pintores del siglo XX, Tiziano exploró el poder y las limitaciones de la pintura -que quería alcanzar el carácter visionario de la poesía: su capacidad por causar ilusiones, duraderas y deslumbrantes, incluso, sabiendo que solo eran ilusiones, recreaciones de lo que siempre será un misterio.
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