Fotos: Tocho, Mayo de 2021
Un balcón es una salida segura. Los balcones no existen en planta baja. Necesariamente cuelgan de, por lo menos, la planta primera. Cuelgan del vacío, y dominan el escenario que se extiende a sus pies. El balcón invita a asomarse. Es un lugar privilegiado para contemplar -a menudo sin ser visto o advertido debido a la altura- la ciudad, a veces hasta muy lejos, si las construcciones son bajas o las calles que se abren enfrente del balcón son rectas. La ciudad observada desde lo alto se percibe como un espectáculo. El balcón permite mantener las distancias y ofrece la ciudad a los sentidos -de la vista, el oído y a veces el olfato. El tacto, por el contrario, queda desactivado. La ciudad se vuelve un teatro. En los teatros clásicos existen, precisamente, balcones: permiten tener las mejores vistas, y ver sin ser descubierto.
Cuando uno se instala en un balcón, casi siempre de pie, da la espalda al espacio interior. El balcón conjuga la apertura que brinda la ventana con la efectiva presencia en el exterior, del que se puede regresar al momento. Un puesto de observación seguro. Una invitación a salir sin comprometerse con el exterior. Un útil que convierte la realidad en imagen o apariencia, que acerca y aleja al mismo tiempo la ciudad, librándonos del contacto físico. Desde el balcón sobre volamos la realidad.
El balcón de la casa El Capricho, semejante al de la casa Vicenç en Barcelona, del mismo arquitecto, opera de modo inverso. La barandilla -que protege pero permite asomarse: un verbo que mide la prudencia con la que actuamos en un balcón, casi como si tuviéramos la mitad del cuerpo a buen recaudo, protegido por el interior, cubiertas las espaldas- se convierte en un banco. Desde éste, se da la espalda a la ciudad. Permite contemplar el interior que se descubre desde la puerta (estrecha, casi un tajo), una visión parcial, limitada, que recuerda de dónde venimos. El balcón nos libera del interior; facilita tomar las distancias con éste. En verdad, el banco no es un punto de observación del mundo exterior sino interior. Invita a recogerse, libre de las ataduras de los espacios interior y exterior. Se trata de un espacio de meditación, un lugar donde asentarse para sentirse libre, porque no se está en ningún sitio sino tan solo con nosotros mismos; un lugar paradójico, pues los espacios de recogimiento suelen ser interiores. Pero el interior puede ser agobiante, intimidante, lo que impide la sensación de intimidad, que necesariamente debe ser libre, libre de hallarse por unos momentos consigo mismo. El banco hace soportable el espacio interior. Un banco que solo cobra sentido cuando uno se recoge en éste, y se siente protegido de los fantasmas y los temores que el espacio doméstico puede causar o albergar, pero sin el desamparo que el espacio exterior provoca.
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