martes, 25 de mayo de 2021

La piedra y el hombre


Varias metáforas relacionan al ser humano con la piedra para señalar la insensibilidad, pero también la inmutabilidad y el valor. Se puede tener el corazón duro como una piedra, pero ser sólido como una roca. Un rostro puede ser pétreo, inexpresivo o hierático, una cara de pocos amigos, pero Cristo edificó su iglesia sobre una piedra, descargando la responsabilidad sobre las espaldas de Pedro.

La petrificación es una condena a muerte: convertirse en una piedra -o en una estatua de sal- equivale a abandonar este mundo, dejar de vivir. Quedarse petrificado es quedarse sin aliento, sin poder respirar como si uno ya estuviera muerto.

Pero la piedra guarda los rasgos de la persona retratada (o esculpida) para siempre. La piedra rescata de la muere o del olvido. Los seres de piedra son ajenos a la incuria del tiempo. Viven para siempre e influyen sobre los seres vivos como ningún ser humano lo hace. Están por encima de los problemas mundanos.

Los seres humanos nacemos de las piedras, y morimos por ellas. Un mismo gesto, el lanzamiento de piedras nos da y nos quita la vida. La lapidación mata. Mas, cuando Deucalión, el hijo de Prometeo, y Pirra, su prima y su pareja, tras el diluvio y la bajada de las aguas, tuvieron que repoblar la tierra, recogieron piedras y, por indicación de Apolo, el dios de la arquitectura, las lanzaron a la tierra. Apenas éstas tocaban el suelo, se convertían en hembras y varones.

Niobe, esposa de Anfión, quien construyó la muralla de la primera ciudad griega, Tebas, tocando la lira, ya que la música hacía levitar las piedras que se desplazaban hasta colocarse en el lugar adecuado para levantar un muro- tuvo tantos hijos que era considerada prácticamente como la madre de los griegos. Su fecundidad era tal que suscitó la envidia de los dioses. Apolo mató a casi todos sus hijos. Doblegada por el dolor, se convirtió en una piedra de la que manaba un agua pura y abundante, signo de vida.

Platón (en La apología de Sócrates) consideraba -irónicamente o no- que los humanos tenían un doble linaje: simplemente humano, o pétreo, ý éste era muy superior al anterior. Las piedras alumbraban a los seres superiores; una creencia que se dio en otras culturas, y que se expresaba a través del culto a las piedras, consideradas como seres de otros tiempos, superiores y en el origen de clanes humanos.

Pero los hombres no son piedras: nacen de ellas. Nacen cuando las piedras proyectadas tocan la tierra. La tierra metamorfosea las piedras en humanos, capaces de trabajar la tierra y crear comunidades. El paso de la edad de piedra a la edad de los hombres es el paso de la barbarie a la humanidad, de la dureza a la civilización gracias al trabajo y al cuidado de la tierra. La adustez de las piedras, su frialdad, necesita la calidez de la tierra que se amolda, se adapta y se transforma, para alumbrar al ser humano: al mortal, que pierde su rigidez en favor de la adaptación a los tiempos, su estéril inmortalidad. Fuimos piedras; somos humanos (somos tierra o humus).  

  

No hay comentarios:

Publicar un comentario