miércoles, 12 de mayo de 2021

Ascensión

Sorprende que, siendo España un país católico, no celebre la principal fiesta cristiana que no es tanto la Natividad o el Calvario, sino el acto que cierra la vida terrenal del Hijo de Dios: la Ascensión, que acontece cuarenta días después de la Resurrección, es decir, mañana jueves 13 de mayo.

La Ascensión no se debe confundir con la Transfiguración ni con la Resurrección. La transfiguración fue un acontecimiento que tuvo lugar en lo alto de una montaña, durante el cual la naturaleza divina se impuso a la humana: el dios hombre que es Jesucristo devino, por un momento, Cristo: su rostro empezó a irradiar con tal intensidad, anulando la opacidad de la carne, que los discípulos no pudieron soportar la visión. La esencia anuló la apariencia; ésta fue incapaz de traducir la esencia; se quemó, se consumió, y la esencia sin el soporte material de la apariencia devino invisible.

La resurrección fue un hecho que puso en evidencia la superioridad de la naturaleza divina en la figura de Jesucristo durante el periodo de cuarenta días  que le quedaban en la tierra. A partir de entonces Jesucristo se comportó más como Cristo -una figura sobrenatural que aparecía y desaparecía misteriosamente, sin que fuera en ocasiones reconocido- que como Jesús. 

La Ascensión pone fin a la vida terrenal de Cristo. Se trata de un hecho también misterioso. Mateo no lo menciona. Para Marcos y Lucas, Cristo es raptado al cielo. Su ascenso no parece un acto voluntario, sino sufrido. No se indica quien le hizo subir hasta desaparecer. Y, sorprendentemente, Juan, que se extiende sobre la última vida terrenal de Jesucristo tras su resurrección, tampoco menciona la ascensión. Las Actas de los Apóstoles sí se refieren, brevemente, a la ascensión -un hecho también causado por un agente externo- y a la desaparición tras una nube, si bien se indica que el regreso de Cristo al final de los tiempo acontecerá de manera exactamente inversa a la ascensión.  

La ascensión es, pues, un acontecimiento mágico, que dos de los evangelistas no mencionan y al que los dos otros evangelistas se refieren en una línea.

La ascensión, en cuerpo y alma, no es un hecho propio del cristianismo (o, mejor dicho, del judaísmo reformado). Enoch, un patriarca antediluviano, fue raptado en vida hacia el cielo y nunca regresó. Viajes de ida y vuelta, como el del profeta Elías llevado en un carro de fuego -ciertamente se trata más de un viaje aéreo que de una ascensión-, podían acontecer. Pero héroes greco-latinos como Herakles y Eneas sufrieron la apoteosis, que es, literalmente, el desplazamiento vertical hacia los dioses, entre los que el héroe ascendido vivirá. la apoteosis es tanto una ascensión como una deificación: el héroe es reconocido como un igual por los dioses que lo llaman a su seno.

En todos los casos, la ascensión pone en jaque la condición humana que, lejos de elevarse desciende, se escoge y cae. La elevación es un acto digno de dioses y héroes -sin que la caída más dura ocurra.

  

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