domingo, 2 de mayo de 2021

Pintura

El verbo latino pingere -en participio pasado, pictum- significa pintar, tal como hoy se entiende. El significado no ha cambiado del latín a las lenguas modernas latinas.

Sin embargo, pingere significa también -o en origen- bordar. También tatuar.

Podemos pensar que pintar, por tanto, significa principalmente embellecer o decorar: una acción superficial, casi prescindible, porque no altera sustancialmente lo que existe.

Pero se trata, sin embargo, de una actividad que no reproduce ninguna forma natural, sino que incide en la propia naturaleza. El bordado, el ornamento, se practica en los elementos naturales, entes y seres, cuerpos, piedras y tallos. Dichas intervenciones animan, avivan las formas sobre las que se inscriben. Las completan. La pintura es el resultado de una acción que da sentido al mundo. El pintor se pone al servicio de los poderes que engendraron el mundo y que presiden los nacimientos, para insertarlos en las comunidades, para hacérselos suyos. La pintura son gestos y signos que ponen a nuestra disposición el mundo que nos envuelve. La pintura media entre el mundo y nosotros, entre los mortales y los inmorales. Son signos de reconocimiento y de aceptación del mundo. La pintura inserta el mundo en las comunidades. Aquél, extraño, se configura, se adapta a nuestras necesidades y permite que nos reconozcamos en él, que seamos partícipes de su vida, que ésta, la vida natural, nos llene. La pintura humaniza el mundo. Los gestos de quien teje, graba y pinta repiten a pequeña escala los gestos creadores de las potencias sobrenaturales. Gestos pacientes, que se repiten rítmica, ritualmente, que unen pigmentos y superficies, hilos de distintos materiales y colores, que nos van acercando el mundo, para que lo sintamos próximo, para que nos envuelva y proteja. El mundo deja de parecernos indiferente, hostil o distinto, sin relación alguna con nosotros. La pintura ilumina el mundo, nos lo abre. 

Pintar, tejer, ornar se convierten en acciones necesarias para la vida. Lejos de ser gestos vanos, gratuitos, innecesarios, la práctica del pintor dispone el mundo a nuestras necesidades y nos predispone a él. Permite el contacto, la buena relación con él. Nos hace partícipes de su vida, una vida que nos enriquece. La pintura es un signo de reconocimiento, que nos permite estar "bien" en el mundo, sin perturbarlo, sino insertándonos en él.

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