sábado, 12 de marzo de 2022

El retorno de la pintura histórica













Fotos de las salas: Tocho, marzo de 2022


Cuando Salvador Dalí anunció, allá por los años setenta que el pintor historicista decimonónico Bouguereau  era mejor que Cézanne, se consideró que hablaba en broma o que deliraba.

Poco tiempo después, el cansancio por el minimalismo y los excesos y absurdidades del arte conceptual llevó a un retorno a la pintura figurativa, a veces voluntarias o involuntariamente vulgar, dando lugar al Neo-Expresionismo  -una corriente que el pensamiento oficial contemporáneo que se practica por ejemplo en el Centro de Arte Reina Sofía de Madrid explica por la facilidad de venta de la pintura figurativa, ávidamente adquirida por grandes coleccionistas como inversión, cuando en verdad todo se vende y el arte conceptual ocupa mucho menos espacio en los almacenes y contenedores del puerto franco de algunos aeropuertos como el de Ginebra, de donde nunca salen las obras, que no pagan impuestos-, y la creación del Museo de Orsay en París, dedicado al arte del siglo XIX occidental relegó a los impresionistas a unas pequeñas salas en las buhardillas (decisión hoy parcialmente corregida), en favor de las mejores salas a pinturas de gran tamaño, hasta entonces escondidas en reservas, de arte “pompier” o de bomberos, a veces involuntariamente cómicas, que tratan temas “excitantes”, como las decadentes orgías romanas, siempre bajo un severo  prisma moralista.

Han pasado más de cuarenta años. El neo-dadá, el neo-conceptual, el neo-minimalismo, y las sombra alargada de Duchamp cada vez más previsible, han vuelto a imperar.

Es en estos momentos cuando el Museo del Prado, en Madrid, ha vuelto a replantear sus colecciones y ha reorganizado las salas del siglo XIX, sacando de las catacumbas a la luz pública cuadros gigantescos de pintura historicista decimonónica, de muy relativo interés -aunque alguno muy notable-, ante los que, seguramente por el cansancio que provocan ciertas obras y textos -obra y texto no se diferencian, la obra es el texto que la justifica- contemporáneos, y el neo-neo-arte duchampniano, se desfila con sorpresa, admiración por la proeza de obras de semejantes tamaños dedicados a temas legendarios, mitológicos o folclóricos (los amantes de Teruel, Juana la loca), religiosos torturados -el entierro de San Sebastián- y algún tema histórico del pasado reciente, propio de las guerras napoleónicas, sin caer siempre en la ridiculez, y una sensación de “placer culpable”, que aúna fascinación y burla, risa y respeto, por semejantes proezas entre lo hercúleo y lo risible. 

En todo caso, unas nuevas salas admirables, o de gran interés, muy bien presentadas, que invitan a reflexionar sobre los mudables criterios estéticos subjetivos, y sobre nuestra mirada, ciega, condicionada, deslumbrada, que nos obliga a ver lo que creemos más que lo que tenemos ante los ojos -y que el museo impide, sorprendentemente fotografiar.






 

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