La redacción de un libro de encargo sobre el trato y el maltrato de la ciudad, hoy, que quizá se publique en el mes de julio -se edite o no, estaré en deuda con Gregorio Luri por esta magnífica ocasión de explorar las imágenes que nos hemos fraguado de la ciudad-, ha llevado a leer sobre la Ciudad Esmeralda en la Tierra de Oz.
He aquí un fragmento que describe esta ciudad y cuenta porque se hallaba tan lejos, y porqué el acceso a ella era tan incierto, pero también se trataba de una ciudad, inalcanzable, pero -o puesto que- tan deseable, ya que poseía lo que la ciudad desacralizada ha perdido -o no ha tenido nunca salvo en el mundo de los sueños y de la ensoñación, que es el mundo al que se accede cuando se cierran los ojos y uno se olvida -o se evade- de la ciudad prosaica y real:
“Creo que en los países civilizados ya no quedan brujas ni
brujos, magos o hechiceras. Pero el caso es que el País de Oz nunca fue
civilizado, pues estamos apartados de todo el resto del mundo. Por eso es que
todavía tenemos brujas y magos. —¿Quiénes son los magos? —El mismo Oz es el
Gran Mago —manifestó la Bruja en voz mucho más baja—. Es más poderoso que todos
los demás juntos, y vive en la Ciudad Esmeralda (…)
—¿Dónde está esa ciudad? —En el centro exacto del país, y la
gobierna Oz, el Gran Mago de quien te hablé. —¿Es un buen hombre? — —Es un buen
Mago. En cuanto a si es un hombre o no, no podría decirlo, pues jamás lo he
visto. —¿Y cómo llegaré hasta allí? —Tendrás que caminar. Es un viaje largo,
por una región que tiene sus cosas agradables y sus cosas terribles (…)
—El camino que va a la Ciudad Esmeralda está pavimentado con
ladrillos amarillos —expresó la Bruja—, de modo que no podrás perderte. Cuando
veas a Oz, no le tengas miedo; cuéntale lo que te ha pasado y pídele que te
ayude. Adiós, querida mía (…)
La mañana siguiente, no bien hubo salido el sol, reanudaron
su viaje y poco después observaron en el cielo un agradable resplandor verdoso.
—Debe ser la Ciudad Esmeralda —. A medida que avanzaban, el resplandor verdoso
se fue tornando cada vez más brillante, lo cual les indicó que estaban llegando
al fin de su viaje. Sin embargo, llegó la tarde antes de que llegaran frente a
la gran muralla que rodeaba la ciudad. La pared era alta, muy gruesa y de un
brillante color verde. (…)
Bordeaban las calles hermosas casas construidas de mármol
verde y profusamente tachonadas con esmeraldas relucientes. El grupo de
visitantes marchaba sobre un pavimento del mismo mármol verde formado por
grandes bloques a los que unían hileras de aquellas mismas piedras preciosas
que resplandecían a la luz del sol. Los vidrios de las ventanas eran todos del
mismo color verde, y aun el cielo sobre la ciudad tenía un tinte verdoso y los
mismos rayos del sol parecían saturados de ese color. Los transeúntes eran
numerosos, tanto hombres como mujeres y niños, y todos vestían de verde y
tenían la piel verdosa (…) Todos parecían felices, satisfechos y prósperos”
(Lyman Frank Baum -1856-1919-: El
maravilloso mago de Oz -1900-)
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