miércoles, 9 de marzo de 2022

Utopías, I: Laputa, o la ciudad aérea ( Jonathan Swift: Los viajes de Gulliver, III)

 



Laputa -nombre significativo, cuya traducción al español Swift seguramente conocía-, la isla y la ciudad del mismo nombre, que Jonathan Swift describiera en Los viajes de Gulliver, tenía un perfil tan ambiguo. Lemuel Gulliver es un cirujano, a quien se podría decir que se la ha inoculado el virus del viaje. Lo que más desea es explorar los confines del mundo. Como El Quijote emprende varias travesías, regresando a cada vez a casa. El modelo de sus viajes oscila entre el rumbo errático de Ulises y la decidida exploración para liberar al mundo que comulga con ruedas de molina y emular a los viajes de los caballeros medievales que nunca existieron salvo en las gestas narradas o cantadas. Su tercer viaje por mar, hacia el norte del nororiente, el oriente del oriente, pronto se tuerce de manera casi previsible: con un encontronazo con piratas que toman el mando de la nave de Gulliver, y lo abandonan en una barca en alta mar, que lo conduce hasta una perdida y rocosa isla. En ésta, el sol se oscurece de tanto en tanto por el paso de una nube, insólitamente formada en un cielo uniformemente despejado y azul. La nube se interpone insistentemente, y oculta el sol, sumiendo la isla casi en la penumbra. La nube se desplaza y se detiene sin que se entienda bien a qué responden sus imprevisibles, casi erráticos movimientos. Mas, pronto Gulliver cae en que la nube no es una nube, sino una isla flotante, de perímetro circular –“exactamente circular”, precisa-, con una gruesa base lisa y plana -cuyo “piso o superficie inferior que se presenta a quienes la ven desde abajo es una plancha regular, lisa, de diamante, que tiene hasta unas 200 yardas de altura”-, sobre la que descansa una poblada ciudad, cuyos habitantes echan por la borda una larga cadena metálica unida a una silla de mimbre para que Gulliver ascienda y llegue hasta ellos:

“Paseé un rato entre las rocas [de la isla en la que Gulliver ha quedado abandonado como un Robinson]; el cielo estaba raso completamente, y el sol quemaba de tal modo, que me hizo desviar la cara de sus rayos; cuando, de repente, se hizo una obscuridad, muy distinta, según me pareció, de la que se produce por la interposición de una nube. Me volví y percibí un vasto cuerpo opaco entre el sol y yo, que se movía avanzando hacia la isla. Juzgué que estaría a unas dos millas de altura, y ocultó el sol por seis o siete minutos; pero, al modo que si me encontrase a la sombra de una montaña. no noté que el aire fuese mucho más frío ni el cielo estuviese más obscuro. Conforme se acercaba al sitio en que estaba yo, me fue pareciendo un cuerpo sólido, de fondo plano, liso y que brillaba con gran intensidad al reflejarse el mar en él. Yo me hallaba de pie en una altura separada unas doscientas yardas de la costa, y vi que este vasto cuerpo descendía casi hasta ponerse en la misma línea horizontal que yo, a menos de una milla inglesa de distancia. Saqué mi anteojo de bolsillo y pude claramente divisar multitud de gentes subiendo y bajando por los bordes, que parecían estar en declive; pero lo que hicieran aquellas gentes no podía distinguirlo.” 

 ¡Qué ciudad más extraña! Es difícil calificarla. Se trata obviamente de una ciudad aérea, que se desplaza, en todas direcciones, a derecha y a sinistra, elevándose y descendiendo, mandada por un rey. Sus movimientos están causados por un gigantesco imán ubicado en la cara exterior de la base que, en función de la inclinación de la plataforma, entra en contacto con los polos de la tierra, lo que produce una aceleración o una parada. El magnetismo atrae o repele y determina la posición de la isla. Ésta se llamaba, y Swift debía saber lo que el nombre significaba en español -Inglaterra y España eran los dos grandes imperios en la Europa occidental a principios del siglo XVII-, Laputa. El nombre, posiblemente, ensombrece el lugar de la ciudad celestial, y parece asociar la Jerusalén celestial con la Gran Ramera de Babilonia.  ¿Qué ocurre en Lagado, el nombre de la capital de la isla aérea de Laputa?  Los habitantes de la isla deben de ser brillantes. Todos se dedican a la astronomía. Viven con un catalejo pegado al ojo. Visten con ropajes estampados con imágenes de cuerpos siderales, planetas, estrellas, así como de instrumentos, muchos desconocidos en la tierra, con los que producían la música celestial, la armonía de las esferas. Han descubierto un sin número de estrellas, y hasta dos satélites del planeta Marte: “han conseguido hacer un catálogo de diez mil estrellas fijas, mientras el más extenso de los nuestros no contiene más de la tercera parte de este número. Asimismo han descubierto dos estrellas menores o satélites que giran alrededor de Marte, de las cuales la interior dista del centro del planeta primario exactamente tres diámetros de éste, y la exterior, cinco; la primera hace una revolución en el espacio de diez horas, y la última, en veintiuna y media; así que los cuadros de sus tiempos periódicos están casi en igual proporción que los cubos de su distancia del centro de Marte, lo que evidentemente indica que están sometidas a la misma ley de gravitación que gobierna los demás cuerpos celestes. Han observado noventa y tres cometas diferentes y calculado sus revoluciones con gran exactitud. Si esto es verdad -y ellos lo afirman con gran confianza-, sería muy de desear que se hiciesen públicas sus observaciones, con lo que la teoría de los cometas, hasta hoy muy imperfecta y defectuosa, podría elevarse a la misma perfección que las demás partes de la Astronomía.”. Viven por y para la observación del empíreo. Hasta las actividades más mundanas están regidas por las formas celestiales y los cuerpos geométricos, los cubos, cilindros y esferas que ya Platón había determinado eran la razón de la perfección de las formas siderales. Es así como los platos -de cuyo sabor Gulliver nada dice- ofrecen alimentos en forma de volúmenes geométricos o de instrumentos musicales: “los criados nos cortaron el pan en conos, cilindros, paralelogramos y otras diferentes figuras matemáticas”, Gulliver contaba sorprendido. Los habitantes de Laputa vivían literalmente en las nubes. Tan ensimismados estaban que, en ocasiones, se detenían, incluso mientras subían por unas escaleras, porque ya no recordaban a donde iban y por qué razón se desplazaban. El rey de Laputa había tenido que instituir un ejército de oteadores que debían discretamente despertar a los ciudadanos de sus sueños, mediante unas vejigas que se hinchaban soplando en ellas, hasta que éstas, al ganar en volumen, alcanzaban a rozar las caras de los distraídos varones, despertarles y avisarles de lo que acontecía. Tampoco eran conscientes -o no le daban importancia- que sus mujeres, menos ensoñadoras, aprovechaban los permanentes descuidos de sus esposos, para descender a la tierra y entretenerse con los varones de las islas bien terrenales, mucho menos preocupados por las formas y órbitas siderales, y por el posible apagamiento del sol, lo único que los desvelaba: “el marido está siempre tan enfrascado en sus especulaciones, que la señora y el amante pueden entregarse a las mayores familiaridades en su misma cara, con tal de que él tenga a mano papel e instrumentos.” Este mismo desinterés por las mundanidades se refleja en su arquitectura:

“Sus casas están muy mal construidas, con las paredes trazadas de modo que no se puede encontrar un ángulo recto en una habitación. Débese este defecto al desprecio que tienen allí por la geometría réctica, que juzgan mecánica y vulgar; y como las instrucciones que dan son demasiado profundas para el intelecto de sus trabajadores, de ahí las equivocaciones perpetuas. Aunque son aquellas gentes bastante diestras para manejar sobre una hoja de papel, regla, lápiz y compás de división, sin embargo, en los actos corrientes y en el modo de vivir yo no he visto pueblo más tosco, poco diestro y desmañado, ni tan lerdo e indeciso en sus concepciones sobre todos los asuntos que no se refieran a matemáticas y música.” 

Diríase que Le Corbusier tenía a Laputa como un modelo opuesto a las rejas de sus tramas urbanas y de sus volúmenes desmaterializados, y que Alvar Aalto, por el contrario, despreciando a Gulliver, estaba fascinado por la huida del ángulo recto de los habitantes de Laputa, pese a que éstos solo soñaban con figuras geométricas, aunque eran incapaces de materializarlas -o bien sabían que su plasmación física era imposible. Laputa era la curiosa prueba que las ciudades celestiales eran difícilmente vivibles, y que, sobre todo, su construcción no alcanzaba la inhumana perfección de los cuerpos siderales, lo que las dotada de un cierto hálito humano, de un anhelo frustrado.

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